1923: Dos vías ateneístas de entender al intelectual (La falange y Vida mexicana)

1923: Two ateneísta ways of understanding the intellectual (La falange and Vida mexicana)

Fecha de recepción: 29 de junio de 2023

Fecha de aprobación: 7 de noviembre de 2023

RESUMEN: La tarea inmediata de los gobiernos mexicanos post revolucionarios en la década de los veinte fue la creación y consolidación de instituciones que construyeran el programa ideológico del nuevo Estado. En esa tarea, los intelectuales tuvieron un papel destacado, particularmente en el debate sobre las definiciones de la cultura e identidad nacional, en que se propició un ambiente de intercambio de ideas, así como de tensiones entre diferentes grupos artísticos e intelectuales. Este artículo analiza dos grupos en específico: el primero, encabezado por José Vasconcelos y el segundo, por Pedro Henríquez Ureña. Ambos personajes compartieron un vínculo intelectual y propósitos comunes, pero con maneras diferenciadas de cumplir con esas metas: el primero, como un hacedor de instituciones, vinculado directamente con la estructura gubernamental y las acciones de gobierno y, el segundo, como crítico social, además de atender el perfeccionamiento de su actividad artística. Así, a través del análisis comparativo de dos publicaciones en particular: La falange. Revista de cultura latina, como órgano del grupo vinculado con José Vasconcelos, y Vida Mexicana. Revista mensual de ideas de interés, por parte quienes siguieron a Pedro Henríquez Ureña, se analiza la trayectoria de dos formas de entender el papel social que se atribuía a los intelectuales, los puntos en común de estos grupos, así como las diferencias en los proyectos y trayectorias que siguieron después.

Palabras clave: intelectuales, crítica, identidad nacional, opinión pública, publicaciones periódicas

ABSTRACT: The immediate task of the Mexican post-revolutionary governments in the twenties was the creation and consolidation of institutions that would build the ideological program of the new state. In this task, intellectuals played a prominent role, particularly in the debate on the definitions of culture and national identity, which fostered an atmosphere of exchange of ideas, as well as tensions between different artistic and intellectual groups. This article analyzes two specific groups: the first headed by José Vasconcelos and the second by Pedro Henríquez Ureña. Both characters shared an intellectual bond and common purposes, but different ways of fulfilling those goals: on the one hand, as a maker of institutions, directly linked to the governmental structure and government actions and on the other, as a social critic. Thus, through the comparative analysis of two publications in particular: La falange. Revista de cultura latina, as organ of the group linked to José Vasconcelos, and Vida Mexicana. Revista mensual de ideas de interés, by those who followed Pedro Henríquez Ureña, analyzes the trajectory of two ways of understanding the social role attributed to intellectuals, the points in common of these groups, as well as the differences in the projects and trajectories that followed later.

Keywords: intellectuals, criticism, national identity, public opinion, Journals

Introducción

Los primeros años de la década de 1920 en México estuvieron marcados por un complejo proceso de “reconstrucción nacional” tras el fin de la etapa armada de la Revolución. La designación como presidente interino de Adolfo de la Huerta y después la elección de Álvaro Obregón como presidente contribuyeron a disminuir la inestabilidad política de la década anterior. Con la finalidad de legitimar política y socialmente a los nuevos gobiernos, se alentaron una serie de debates en torno a la configuración de la identidad cultural y política del nuevo Estado. En las discusiones intervinieron numerosos actores intelectuales, tanto grupales como individuales con diversas orientaciones ideológicas: nacionalistas, indigenistas, colonialistas, universalistas, vanguardistas.

Este artículo se concentra en la comparación entre dos grupos específicos, encabezados por José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña, a partir del análisis de las publicaciones periódicas que sustentaron como grupos. La falange. Revista de cultura latina, en el caso del grupo asociado al primero, y Vida mexicana. Revista mensual de ideas de interés, en el segundo caso.

El Ateneo al poder: la educación y el humanismo

El nombramiento de José Vasconcelos como rector de la Universidad Nacional en 1920, durante el gobierno interino del general Adolfo de la Huerta y su posterior nombramiento como cabeza de la recién creada Secretaría de Educación Pública en 1921, en la presidencia del general Álvaro Obregón, puede considerarse como el momento de mayores alcances del “programa cultural ateneísta”. Hay, sin embargo, que tomar algunas reservas y matizar el caso. El Ateneo se compuso de diferentes trayectorias ideológicas, las cuales conformaron a su vez el programa de trabajo ateneísta en torno a la cultura, la educación, el papel social de los escritores, así como las prácticas que, para cumplir con esos propósitos, se debían llevar a cabo.

Al asumir el cargo, el nuevo rector dio apoyo y libertad creativa a los grupos artísticos e intelectuales que se acercaron a su proyecto, con el fin de fomentar el debate acerca del arte nacional, así como las características del nuevo Estado. Al proyecto del rector se sumaron los compañeros ateneístas de Vasconcelos, así como jóvenes formados directa o indirectamente por estos como Jaime Torres Bodet, Enrique González Rojo, Carlos Pellicer Cámara, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Manuel Gómez Morín, Alfonso Caso, Antonio Castro Leal, Daniel Cosío Villegas y Vicente Lombardo Toledano.1

En principio, el proyecto mantuvo una relativa unidad debido a la apertura hacia todas las ideas y expresiones. No obstante, como señala Manuel Sánchez Prado (2007), la falta de una clase intelectual orgánica bien constituida evitó la creación de un consenso acerca de las temáticas, formas, prácticas y proyecto hegemónico. Esta falta de cohesión generó un ambiente de tensión y lucha por dominar el proyecto de Estado sobre la cultura, incluido el proyecto de José Vasconcelos.

Conviene entonces señalar en términos generales los acuerdos y diferencias del grupo que en 1907 se fundó como “Sociedad de Conferencias”, y que para 1909 se conformó como asociación civil bajo el nombre de “Ateneo de la Juventud”, después en 1912 “Ateneo de México”, antes de disolverse como agrupación en 1914. El grupo se reunió en torno a la idea de la “renovación intelectual” de las élites dirigentes del Porfiriato, la superación del positivismo comteano, la extensión de la cultura y la creación de públicos para las manifestaciones de la “alta cultura”. Ahí se reunieron personajes como Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, Enrique González Martínez, Martín Luis Guzmán, Julio Torri, entre otros.

Por una parte, el grupo emprendió un trabajo de crítica hacia el positivismo y su preponderancia en el sistema educativo.2 Como alternativa a la enseñanza positivista propusieron el rescate del humanismo clásico y la especulación filosófica asociada con el irracionalismo. Por otra parte, existían también algunas continuidades con el proyecto educativo del liberalismo del siglo XIX, como mostraron en el homenaje a Gabino Barreda de 1908, la conferencia de José Vasconcelos referente al mismo personaje en el ciclo de 1910, o en el apoyo que prestaron para la apertura de la Universidad Nacional de México en los festejos del centenario de la Independencia.3 Sobre este punto, señala Ernesto Guadarrama Navarro:

En otras palabras, no era contra los propósitos del positivismo contra lo que se revelaban los miembros del Ateneo, sino contra aquellas ideas que más bien habrían de entorpecer dichos propósitos. Así, contra la interpretación positivista, que reducía a la ciencia y la filosofía a un saber técnico, los ateneístas se preocuparon por la moral y la cultura, siendo la segunda el instrumento que ayudaría a fortalecer a la primera. Para ello procuraron nunca perder de vista la realidad social en la que se encontraban (Guadarrama, 2013).

En 1910 apoyaron el proyecto del ministro de Instrucción Pública, Justo Sierra, para la creación de la Universidad Nacional, y ya iniciada la Revolución impulsaron la creación de la Escuela de Altos Estudios al interior de la propia Universidad. Igualmente, en pleno proceso armado de la Revolución, impulsaron la fundación de la Universidad Popular Mexicana, dirigida a la clase obrera y trabajadora.

A principios de la década de los 20, la Universidad se convirtió en el centro neurálgico del proyecto vasconcelista. Asimismo, como señala Liliana Weinberg, la Universidad había sido tema de reflexión central para Pedro Henríquez Ureña. Desde la escritura de tesis para obtener el grado de licenciatura en 1914, el dominicano pensó en un modelo general de organización y propósitos de la Universidad como institución que, de cierto modo, anticipa las inquietudes y propuestas estudiantiles que llevaron a la reforma universitaria en Córdoba, Argentina, en 1918 (Weinberg, 2019)

En su discurso de toma de protesta, el nuevo rector perfiló el carácter de su proyecto educativo, que anunció no se restringía a la Universidad, sino que apuntó a la creación de un “Ministerio de instrucción pública de carácter federal”, que temporalmente cumplió la misma universidad y, un año después, la Cámara de Diputados aprobó la creación de la Secretaría de Educación Pública (SEP):

Seamos los iniciadores de una cruzada de educación pública, los inspiradores de un entusiasmo cultural semejante al fervor que ayer ponía nuestra raza en las empresas de la religión y la conquista. No hablo de la educación escolar. Al decir educación me refiero a una enseñanza directa de parte de los que saben algo en favor de los que nada saben; me refiero a una enseñanza que sirva para aumentar la capacidad productora de cada mano que trabaja y cada cerebro que piensa (Vasconcelos, 1992, p. 44).

A lo largo del discurso, el rector llamó a los intelectuales a salir de sus “torres de marfil” y hacer un pacto con los gobiernos revolucionarios en favor de la educación de los más pobres, a la vez que definió esa participación como un “apostolado” para redimir el “desastre” en que se encontraba la educación del país. Más adelante comentó:

Los educadores de nuestra raza deben tener en cuenta que el fin capital de la educación es formar hombres capaces de bastarse a sí mismos y de emplear su energía restante en el bien de los demás. Esto que teóricamente parece muy sencillo es, sin embargo, una de las más difíciles empresas, una empresa que requiere verdadero fervor apostólico (Vasconcelos, 1992, p. 45)

Para Vasconcelos, la tarea frente a la que se encontró era un asunto de fe en el “ideal” para propagar la cultura y la enseñanza de oficios.4 El “ideal” al que se refería provenía de la interpretación y convicciones que el secretario había hecho de las lecturas y proyectos comunes con los ateneístas. Para echar a andar ese “apostolado”, la SEP emitió una serie de circulares con el propósito de llevar a cabo una “campaña contra el analfabetismo”, por medio de la difusión de material de lectura y la apertura de bibliotecas públicas. Al respecto, destaca Claude Fell:

Esta selección es sintomática de las orientaciones intelectuales fundamentales de la generación del Ateneo de la Juventud: se basa en criterios culturales (en este caso literarios) que no toman en cuenta la nacionalidad del autor, sino el alcance universal de su obra; se trata de escritores atentos a su tiempo, pero portadores de un mensaje didáctico y moral eterno; los tres son autores de obras en prosa (novelas de Galdós, biografías y novelas de Romain Rolland; ensayos novelas y máximas de Tolstoi) de lectura relativamente fácil, pero también de gran calidad literaria (Fell, 2009, p. 34)

El programa de “regeneración cultural” de los ateneístas, como lo llama Fernando Curiel, fue retomado para el proyecto educativo, primero en la Universidad y luego en la SEP; sin embargo, las directrices que imprimió Vasconcelos generaron una serie de desencuentros por el rumbo tanto del programa educativo, como del papel de la Universidad y los intelectuales en la conformación del nuevo Estado.

El quehacer público de los intelectuales en el Estado revolucionario

La aparición del Ateneo de la Juventud como una asociación civil en octubre de 1909 supuso la consolidación de una manera de entender al escritor y su papel social que difería tanto de modernistas como de positivistas. Por una parte, renegaron del estilo de vida bohemio que ostentaba la generación de modernistas reunidos en la Revista Moderna de México, y prefirieron un estilo de vida sobrio. Por otra parte, hicieron pública su vida intelectual a través de la organización de actos de difusión cultural: conferencias, conciertos, exposiciones de pintura, y promovieron un “ideal humanista” y de estudio riguroso, como parte de su imagen pública.

Esa doble vocación generó tensión en la obra y actuación del grupo, pero dio a la figura del intelectual un dinamismo e importancia notorios, lo cual les retribuyó en prestigio social e intelectual que utilizaron como generadores de opinión. Igualmente, el prestigio adquirido les permitió el acceso a puestos de poder en los gobiernos que consolidaron el proyecto revolucionario, particularmente en el periodo presidencial del general Álvaro Obregón (1920-1924) y del también general Plutarco Elías Calles (1924-1929).

El escritor o intelectual, de acuerdo con la manera en que entendieron su papel social los ateneístas, debía ser un educador. Actores como José Vasconcelos concibieron el papel que les debía corresponder como una “acción directa”, esto es, incidir en las comunidades, en conjunto con las acciones gubernamentales, como planteó en las campañas contra el analfabetismo, ya como secretario de educación. Por otra parte, ateneístas como Pedro Henríquez Ureña concebían su papel como educadores a través del estudio en las aulas, o bien, en la participación de la difusión y organización de la cultura.

Vasconcelos se planteó un modelo de incidencia de los escritores pensado en la ayuda que los intelectuales podían brindar al gobierno en la atención de las circunstancias primarias de la nación y los pobladores, pero pensando en un “ideal” que se convirtiera en un modelo de “nueva humanidad”. Para ello, adaptó conceptos de las filosofías orientales, así como de autores como Henri Bergson, Nietzsche o Schopenhauer. Así lo muestra en sus Estudios Indostánicos e, igualmente, en la obra con la cual alcanzó mayor reconocimiento: La raza cósmica. En complemento de esas ideas, adaptó las de Lunacharski, cuyo modelo de educación se implantó en la URSS tras la revolución de octubre de 1917.

Por su parte, Pedro Henríquez Ureña siguió un modelo que aspiraba al humanismo clásico griego, retomado de autores del Renacimiento y de las propias fuentes griegas, en particular de la lectura de Platón. Escritos tan tempranos como los incluidos en su primer libro, publicado en 1908, dan cuenta de esta preocupación. En el ensayo “El espíritu platónico” traza, a partir de las ideas de Walter Pater, algunas de las características artísticas y morales que entiende como “espíritu sublimado”. Al hablar de la obra de Mary Shelley, comenta:

Pero posee también (y en estos elementos se reconoce su legítima filiación platónica) un sincero amor a la verdad, que le hace dominar en corto espacio la ciencia y las literaturas, desde la griega hasta la castellana, y un apasionado amor al bien, que le convierte en precursor del socialismo y le sublima en su aspecto moral. Su Prometeo es uno de los singulares poemas en que las ideas filosóficas se transforman espontáneamente (como en Platón, como en Lucrecio, como en Dante, como en Goethe) en arte, en poesía lírica y dramática, en poesía pura (Henríquez Ureña, 2001, p. 155).

Henríquez Ureña prefiguraba desde 1907 el cultivo del humanismo clásico como centro de un proyecto educativo, centrado en la reflexión y difusión de las ideas, cuyo componente moral último estaba regido por la búsqueda de la “verdad” y el “bien”. En su discurso de 1914 sobre “La cultura de las humanidades” vuelve al tema, ya sobre una institución concreta, la fundación de la Escuela Nacional de Altos Estudios, y un camino recorrido: las actividades del Ateneo para señalar la urgencia de “tomar el camino helenístico” que, para el dominicano:

(…) no descansa para averiguar el secreto de toda mejora, de toda perfección. Juzga y compara; busca y experimenta sin tregua; no le arredra la necesidad de tocar a la religión y a la leyenda, a la fábrica social y a los sistemas políticos. Mira hacia atrás y crea la historia; mira al futuro, y crea las utopías, las cuales, no lo olvidemos, pedían su realización al esfuerzo humano. Es el pueblo que inventa la discusión; que inventa la crítica. Funda el pensamiento libre y la investigación sistemática (Henríquez Ureña, 2001, p. 599).

Henríquez Ureña juzga indispensable volver al modelo que ve en la cultura helenística, y de ahí adopta los ideales que debe cumplir el intelectual como crítico de las ideas, como organizador del pensamiento y la cultura que llevará al progreso. Esas ideas, tanto las propuestas por José Vasconcelos por “acción directa”, como el estudio y la crítica propuesto por Henríquez Ureña alimentaron los ideales ateneístas durante la revolución, con las acciones también de otros actores como Antonio Caso y Alfonso Reyes. Al disolverse el Ateneo en 1914, el grupo era referente para las nuevas generaciones, como fue el caso de los “7 sabios”5, y el grupo de los incipientes Contemporáneos.6

Hacia 1920, cuando José Vasconcelos asumió la rectoría de la Universidad, existía todavía una conformación relativamente estable del campo intelectual mexicano, en la cual el ateneísmo fue el proyecto hegemónico, sin embargo, tanto las diferencias internas como el surgimiento de nuevos grupos diversificaron las ideas a discutir en torno a la cultura, sumado al proceso de definición de identidad nacional, continental y posicionamiento político de las naciones latinoamericanas frente a Estados Unidos y Europa que ocurrió en la década de 1920.

México Moderno: último esbozo de un proyecto conjunto

Como se ha mencionado líneas arriba, la “etapa de reconstrucción nacional” en los años 20 ocurrió en múltiples niveles. Quizá uno de los espacios de disputa que mayor actividad registró fue el de la prensa, como muestra la efervescencia de proyectos editoriales: revistas, suplementos, semanarios, periódicos. Sumado a lo anterior, la vitalidad que cobró el periodismo cultural desdibujó las fronteras entre prensa y literatura. Yanna Hadatty lo señala del siguiente modo:

Finalmente, vale señalar que este decenio representa para México [los años 20], además de una visible movilidad social, una interesante emergencia del campo periodístico en el literario: el moderno reporter escribe sus notas, generalmente sin firmar, mientras reivindica para sí un espacio dentro de la actividad literaria como autor de ocasión, sin necesidad de exhibir filiaciones literarias o cartas credenciales (Hadatty, 2010, p. 203).

Durante la primera mitad de la década de los veinte, la prensa cultural cobró una relevancia notable. Las páginas del periódico El Universal y, particularmente el suplemento El Universal Ilustrado, adquirieron una relevancia notable como espacio de discusión. Como explica Yanna Haddaty (2018), la competencia tanto en el ámbito tecnológico como en la manera de “hacer periodismo” entre los diarios Excélsior y El Universal, que recién había nombrado a Carlos Noriega Hope como director, promovió la participación de nuevos actores en el campo literario nacional de la época por medio de un ejercicio periodístico que resultaba novedoso. En el caso del semanario El Universal Ilustrado:

Vale la pena destacar que para entonces un género periodístico en especial, el “reportazgo” según la denominación de la época, es exaltado como marca de la casa: se trata de incluir en el semanario escritos ligeros que puedan cubrir no lo inmediato o lo noticioso, sino las costumbres, los grupos y sus formas de vida, sazonándolos con sabor local (Hadatty, 2018, p. 255).

El Universal Ilustrado se convirtió en uno de los medios de mayor influencia en las discusiones intelectuales de esa década.7 La publicación fue punto de encuentro de diversas ideas y un espacio de discusión abierto. El periodismo que se ejerció mediante encuestas, crónicas, rescate de la vida cotidiana, reseñas, difusión de novedades, entre otros, se convirtió en un termómetro valioso de la actividad cultural de la época y un punto de encuentro para diversos grupos.

Asimismo, las revistas fungieron como espacios de asociación para consolidar grupos artísticos y culturales, disputar la opinión pública en torno a la identidad nacional y promover las ideas de los grupos intelectuales. Para Fernanda Beigel (2003), las revistas como texto colectivo permiten identificar la conformación de momentos de crisis, el establecimiento de alianzas entre sujetos culturales y la praxis de programas ideológicos reunidos en torno a las páginas de las revistas.

En ese sentido, el proyecto editorial de México Moderno, encabezado por Enrique González Martínez, fue punta de lanza para nuevas generaciones y espacio final de las aspiraciones ateneístas como grupo cohesionado. Guillermo Sheridan (2003) lo explica de la siguiente manera:

Última expresión de una clase cultural en el poder sin fisuras internas, fiel colaboradora del espíritu de reconstrucción nacional, órgano espléndido de las ideas y las letras posrevolucionarias, México Moderno da el canto de cisne de una cultura autosuficiente y hegemónica que ignora la inminente ruptura que vendrá desde las plataformas vanguardistas, nacionalistas y oficialescas, y que causará una relativa pulverización en sectarismos provechosos (Sheridan, 2003, p. 93).

México Moderno, en efecto, se planteó como un proyecto abierto, incluyente y riguroso en las reflexiones sobre el arte y la literatura nacional, a partir de las contribuciones de escritores de muy distintos grupos y generaciones, como muestra la lista de colaboradores: Enrique González Martínez, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Agustín Loera y Chávez, Francisco de Icaza, Julio Jiménez Rueda, José Gorostiza, Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Castro Leal, entre otros.

La revista fue puesta en circulación en 1920 con la dirección de Enrique González Martínez, con un costo de 1 peso al público. Cuando el poeta fue nombrado embajador en Chile, a partir del número 13, la revista se publicó bajo la dirección de Manuel Toussaint y Agustín Loera y Chávez y, finalmente, el nombre de Genaro Estrada apareció como jefe de redacción de la revista en los últimos números. Durante sus tres años de vida, la publicación estableció un único criterio de aceptación de colaboraciones, la “rigurosidad”, con lo cual dio voz a diversas perspectivas estéticas, muchas veces confrontadas.

Concebida y editada como un proyecto incluyente, atento a los procesos literarios mundiales y nacionales, México Moderno dividió su quehacer en secciones fijas: Antología, El Arte Musical en el Mundo y Crónica Musical Mexicana. Artes Plásticas. Las Artes Plásticas de México, Cancionero, La Joven Literatura Mexicana, Letras Europeas, Letras Francesas, Libros y Revistas, Repertorio, Revista de Libros, Revista de Revistas y Sección Bibliográfica.

La aparente falta de compromiso político de la revista, al no establecer un programa cultural definido mostraba, sin embargo, las preocupaciones estéticas del núcleo editor, tanto en la variedad de expresiones artísticas como en los orígenes de los textos. A partir de ello, se propusieron contribuir al descubrimiento de la sensibilidad nacional, pensando en una manera de dar espacio a las expresiones artísticas de mayor seriedad, según sus consideraciones.

Con un diseño sobrio y de escasas ilustraciones, el proyecto editorial fue en inicio un apoyo para el proyecto impulsado por Vasconcelos, por la amplitud de temas y expresiones que se incluían en sus páginas, a la par de la revista El maestro, dedicada a las actividades de la Secretaría de Educación Pública.8

Toda revista es una intervención en el campo cultural, y un posicionamiento de sujeto colectivo, como menciona Beatriz Sarlo (1992): “Entre todas las modalidades de intervención cultural, la revista pone el acento sobre lo público, imaginado como espacio de alineamiento y conflicto. Su tiempo es, por eso, el presente” (p. 18). Las luchas por la hegemonía en el campo cultural mexicano hicieron de las revistas un espacio de disputa y construcción de propuestas. En ese contexto, México Moderno abogó por la apertura de ideas en torno a la cultura nacional, a la vez que tenía puestos los ojos en las novedades de las letras francesas, españolas, inglesas y de otros países de América Latina, estas últimas de las cuales mantenían publicidad de proyectos como Nosotros y Nuestra América en Argentina, Repertorio Americano en Costa Rica o Cuba contemporánea.

El transcurso de los primeros años de la década de los veinte confrontó la estética modernista con nuevos elementos relacionados con el vanguardismo, la revisión de la tradición novohispana, aquella relacionada con el mundo prehispánico y las primeras figuraciones del nacionalismo revolucionario que, en términos estéticos se decantó por la llamada “novela de la revolución”.

La discusión, aunque de corte estético, revelaba un elemento político de fondo que atendía a la lucha por los espacios y la hegemonía de la configuración del nuevo discurso oficial en torno a la manera de ser del arte mexicano. Por ello, a la par del desarrollo de un movimiento como el estridentista que pretendía renovar por completo el campo literario mexicano a través de su propuesta “actualista”, llama la atención que ocurrieran movimientos de rescate de la cultura colonial, de reivindicación del arte de los pueblos indígenas y de retomar y adaptar a México propuestas estéticas provenientes de Europa.

Así lo plantea Arqueles Vela en el artículo “¿Existe un renacimiento literario en México?”, publicado en El Universal Ilustrado el 9 de febrero de 1922, bajo el seudónimo de Silvestre Paradox, en donde recogió la opinión de al menos un representante de cada tendencia artística a considerar, no sin antes lamentarse que “el arte se ha aburguesado” y continuaba con la tendencia del modernismo propuesto por Rubén Darío:

Sin embargo, la frase danunciana «rinovarse o morire» sigue siendo el blasón de nuestras juventudes. Sólo que muchos no la interpretan bien o la interpretan a su modo y se renuevan para morir… porque no es una revolución de la sensibilidad, sino de la forma. Es una moda. Y como todas las modas pasa. Se olvida (Vela, 2017, p. 98).

A pesar de la crítica, Arqueles Vela sostiene que existe en efecto un renacimiento literario, no como un movimiento renovador uniforme, sino fragmentado y en búsqueda de una expresión propia, cuyas manifestaciones tienen en común solamente el origen: la Revolución mexicana, como comprueba a través del testimonio recogido en textos de Genaro Estrada, Francisco Orozco Muñoz y Alfonso Cravioto.

Hacia 1923, cuando el proyecto de México Moderno daba síntomas de su inminente desaparición, las discusiones sobre la identidad del arte nacional se volvieron cada vez más ríspidas. A la par, las mismas preguntas acerca de la identidad nacional se replicaron en otros países del continente. Asimismo, se sumaron interrogantes continentales sobre la identidad de los países hispanohablantes y sus rasgos comunes, a lo cual habría que considerar, además, si Brasil, como país de habla portuguesa, o los sitios donde se hablaba francés compartían esos rasgos.

En ese contexto, las ideas de Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos se habían consolidado, tanto en sus formulaciones discursivas como en los liderazgos que ejercía cada uno de ellos. Ambos personajes incluyeron entre sus reflexiones la cuestión de la identidad subcontinental, y la formulación de un proyecto que, sobre esa base identitaria conformara una manera de organización social acorde con la historia y desarrollo americano. A decir de Mónica Scarano:

Conviene recordar que estas expresiones diversas de la utopía de América integran un proceso de toma de conciencia de sí y para sí, entendido como la producción de un pensamiento identitario, desde el continente mismo, que define un perfil posible para las sociedades latinoamericanas, vale decir que estos proyectos utópicos coinciden en pensarnos en dimensión de futuro (Scarano, 2009, p. 214).

Los proyectos identitarios fueron, en efecto, muchas veces expresión de una utopía, desde la publicación de Ariel de José Enrique Rodó hasta formulaciones como La utopía de América, de Pedro Henríquez Ureña, o La raza cósmica, de José Vasconcelos. A las diferencias ideológicas, cada vez más evidentes entre ambos, se sumaron una serie de malentendidos y desavenencias personales que terminaron de separarlos definitivamente. El ambicioso proyecto educativo y social de Vasconcelos requería un acto de fe en una voluntad de rehacer todo, desde el inicio, por encima de cualquier circunstancia. En una carta fechada en septiembre de 1920 Vasconcelos le escribe a Reyes:

Amo la belleza, pero como un camino que conduce a Dios. -El camino-. Eso es la belleza y me aparto de los creyentes al pensar que Dios es un ser que no se parece nada a lo humano. Soy inhumano, no puedo amar lo humano, ni a los otros, ni a mí mismo; todos necesitan ser rehechos; porque todo esto que somos merece piedad, pero no amor (Vasconcelos y Reyes, 1995, pp. 49-50).

Las conclusiones morales que Vasconcelos extrajo de sus reflexiones acerca de la filosofía oriental vertidas en los Estudios indostánicos se encaminaban a las ideas de La raza cósmica. Ello implicaba la adopción de una manera de vivir pragmática, pensada en la obtención de beneficios, más que en la contemplación del mundo y la belleza.

Pedro Henríquez Ureña, por su parte, consignó en su obra la necesidad del trabajo de reflexión rigurosa, pensada no en la obtención de beneficios inmediatos, sino de una formación para reflexionar y admirar la belleza. En este sentido, lo que proponía Pedro Henríquez Ureña, más que un plan de acción detallado era un proceso educativo.

¿Cuál sería, pues, nuestro papel en estas cosas? Devolverle a la utopía sus caracteres plenamente humanos y espirituales, esforzarnos porque el intento de reforma social y justicia económica no sea el límite de las aspiraciones; procurar que la desaparición de las tiranías económicas concuerde con la libertad perfecta del hombre individual y social, cuyas normas únicas, después del neminem laedere, sean la razón y el sentido estético. Dentro de nuestra utopía, el hombre llegará a ser plenamente humano […] a ser, a través del franco ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu (Henríquez Ureña, 2001, p. 7).

Los objetivos que persiguieron los proyectos de Henríquez Ureña y Vasconcelos aspiraban a algo común, sin embargo, los caminos que se plantearon para llegar a ello fueron muy distintos. De la acción urgente y renovadora desde cero, para Vasconcelos, a una evaluación mesurada para construir un ideal de convivencia, en consonancia con la tradición para Henríquez Ureña. Estas diferencias se fueron intensificando y, debido al contexto de apertura, participación juvenil y liderazgo de los ateneístas, las diferencias entre estos dos autores se trasladaron a los jóvenes que tutelaban, pero también dieron la pauta para la emergencia de esos jóvenes como nuevos grupos, con voz y proyecto propio.

La falange: un vasconcelismo rebelde

México Moderno fue el último portavoz de las ideas ateneístas enunciadas desde una colectividad identificada en torno a un proyecto, en este caso, relacionadas con las actividades de José Vasconcelos como funcionario público. En ese sentido, como señala Annick Louis (2018) en su propuesta para leer una revista y establecer el concepto de autoría dentro de las revistas: “Una revista es siempre uno de los elementos constitutivos de un proyecto, más o menos vasto, más o menos definido por un grupo de intelectuales, en un momento puntual” (Louis, 2018, p. 35).

Tras la desaparición de México Moderno, el proyecto vasconcelista quedó sin un órgano desde el cual pudiera difundir sus ideas. Vasconcelos proponía un nacionalismo justificado por la idea de “raza” americana como una síntesis y mejora de la herencia europea, pero opuesta a la cultura anglosajona, es decir, que consideraba a la cultura americana como hermana de las herencias continentales de Europa, como una cultura latina.

Las actividades desarrolladas desde la Universidad Nacional, así como los múltiples programas que surgieron de la SEP atrajo a muchos jóvenes al proyecto liderado por José Vasconcelos. El rector y luego secretario se rodeó de quienes poco después se consolidaron dentro de la élite cultural y política, como funcionarios y escritores. Jaime Torres Bodet fue Secretario de la Escuela Nacional Preparatoria y luego secretario particular del rector, y Daniel Cosío Villegas formaba parte del grupo de trabajo de Vasconcelos, por citar solamente dos ejemplos.

En ese contexto, La falange. Revista de cultura latina, publicó su primer número en diciembre de 1922. La publicación se extendió durante 7 números, hasta octubre de 1923, aunque, tuvo una pausa en que la revista dejó de publicarse. El editorial del primer número es elocuente en cuanto revela el tipo de publicación que estaban buscando los editores, y el proyecto con el cual estaban involucrados. En la apertura editorial de su primer número, La falange establece que:

Todos los que en esta revista colaboran creen que ninguna civilización triunfará si no es ateniéndose a los principios esenciales de la raza y de la tradición histórica. Desautorizan, por ilógica y enemiga, la influencia sajona y se proponen reivindicar los fueros de la vieja civilización romana de la que todos provenimos y que es como el cogollo sangriento y augusto de nuestro corazón y de nuestra vida. No hacen por consiguiente distingos entre Francia o España, entre Italia o Chile; saben, que por ser latinos, estos países sienten de modo semejante al suyo, allá en lo hondo de su tradición y en lo elevado de sus ideales (Anónimo, 1980, p. 13).

El editorial, en efecto, es una declaración de principios. La idea de “cultura latina” era de por sí polémica, en un momento en que se discutían las identidades nacionales y si estas podían formar un conjunto como naciones latinoamericanas, hispanoamericanas o iberoamericanas, ya fuera por su filiación hispánica, ibérica, o latina, en relación con el desarrollo de las culturas derivadas de las lenguas romances.

El proyecto al que se apegó La falange fue el de las ideas propuestas por José Vasconcelos desde la SEP. El texto editorial presentó una manera de concebir la cultura en relación con un proyecto de alcances internacionales, que proponía la puesta en diálogo las culturas latinas, tanto en América como en Europa. Por ello, es significativo el “Diálogo” que imaginó Xavier Villaurrutia entre la cultura y la educación, publicado en el cuarto número de La falange, en el cual dibuja algunos de los elementos centrales del programa de Vasconcelos sobre la cultura. En un momento del diálogo, la educación responde a la cultura:

Apresúrate a corregirte, domina siempre tus impulsos y haz, sobre todo, economía de ademanes. No recuerdo haber tenido en mi juventud tales arrebatos; bien, es verdad, que tampoco recuerdo haber tenido juventud. Y, por cierto, no lo lamento; vosotros no comprendéis nada bajo el pretexto de amarlo todo, y sois, a un tiempo, tristemente egoístas, de un egoísmo ciego y desinteresado (Villaurrutia, 1980, p. 254).

El diálogo entre la cultura y la educación planteó una distinción entre la mesura producto del estudio, la contemplación y el rigor reflexivo frente a la sorpresa y la intuición de la belleza. El texto es, asimismo, sintomático de algunas de las ideas que los más jóvenes ya comenzaban a perfilar sobre la manera en que concibieron su papel en el campo cultural.

Los futuros Contemporáneos, agrupados ya en su mayoría en las páginas de La falange, habían adoptado la animadversión a lo anglosajón, y la búsqueda de una identidad sustentada únicamente en lo local o en lo semejante, en términos lingüísticos y culturales, es decir, con lo que denominaron “cultura latina”, sin embargo, esas certezas comenzaban a mostrar fisuras.

En efecto, los primeros 3 números mantuvieron el tono beligerante contra la cultura anglosajona. Centrada en la difusión del arte y la literatura de la “cultura latina”, aparecieron textos de autores del continente como Rafael Heliodoro Valle, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, entre otros, además de una sección “letras francesas” a cargo de Rafael Lozano, con dos ensayos sobre la actualidad de la literatura francesa, además de traducciones de textos de Paul Verlaine, sin embargo, la trayectoria de la revista cobró un curso inesperado e incluso contrario a esa declaración de principios inicial en los del número 4 al 7. La revista puede dividirse en dos partes, con una pausa intermedia por motivos de financiamiento y desacuerdos editoriales, entre marzo y julio de 1923. Para Evodio Escalante:

En el México turbulento de aquellos años, la publicación está marcada por el conflicto. Conflicto con los otros, a quienes agrede su beligerancia; y conflicto, más o menos soterrado, al interior de sus redactores, que interrumpen la publicación en el tercer número, y que la retoman por otros tres, para terminar, abandonando de golpe, con el número siete, el proyecto en el que colaboraban. Al estallar y resolverse en este número el conflicto de identidad que recorría los números anteriores, la revista pierde su razón de ser y deja de publicarse (Escalante, 1998, p. 56).

Sumado a lo anterior, para 1923 había un clima enrarecido políticamente por la sucesión presidencial. En carta enviada a su amigo Alfonso Reyes, en ese momento en Madrid, Henríquez Ureña trazó un panorama en el que distinguía tres grandes vertientes de la vida cultural: los médicos, los abogados y los literatos. Sobre los dos primeros, comenta acerca del buen trabajo que hacen en favor del desarrollo de la ciencia y el derecho en el país. En el caso de los “literatos”, señaló a cuando menos cuatro grupos importantes en disputa por las ideas sobre la identidad y arte nacionales:

  1. Grupo de la SEP, entre quienes incluyó a Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Salvador Novo, Enrique González Rojo y Carlos Pellicer, aunque señaló que una serie de diferencias separó a este último del grupo.
  2. El grupo de El Universal Ilustrado, liderado por Carlos Noriega Hope y Francisco García Icazbalceta.
  3. Grupo de Revista de Revistas, en el cual incluyó a Martín Gómez Palacios; Jesús Zavala, y “otros”. El grupo, comentó el dominicano, fue estimulado directamente por José de Jesús Núñez y Domínguez, director de esa publicación.
  4. El grupo estridentista, liderado por Manuel Maples Arce.

En la carta no los identifica como grupo, pero los reconoce como sus estudiantes: Daniel Cosío Villegas, José Gorostiza, Salomón de la Selva y Antonio Castro Leal, a quienes hay que sumar, aunque con una participación marginal, a Salvador Novo. En la misiva, comenta la ruptura entre el “grupo de la Secretaría de Educación”, el futuro grupo Contemporáneos, congregado en la revista La falange, tras la separación de Carlos Pellicer quien, según el relato de Henríquez Ureña, quiso unirse después al grupo liderado por éste.

A partir del sexto número, La falange comenzó a incluir nuevos criterios editoriales, como la presentación de textos de poetas norteamericanos, debido al involucramiento de Salvador Novo en la revista, quien formaba parte del grupo de Pedro Henríquez Ureña y seguía muy de cerca los movimientos literarios en Norteamérica. Aunque en un inicio declararon su repulsión a la “influencia sajona”, tradujeron textos de Edgar Lee Masters, Ezra Pound, Carl Sandburg y Amy Lowell.

A pesar del cambio de dirección en los intereses estéticos de la revista, mantuvieron un interés centrado únicamente en la difusión del arte, ya sea reseñando obras pictóricas, traduciendo textos, difundiendo la obra de los colaboradores e incluso, con partituras, no hubo un interés por el contexto social y económico, esto es, por la difusión del “ideal” al que refería Vasconcelos, con respecto a la necesidad del “alimento espiritual” dado por el arte.

Vida Mexicana. Revista mensual de ideas sobre asuntos de interés

De manera paralela a la aparición del primer número de La falange, en diciembre de 1922, se publicó otra revista, Vida mexicana. Revista de ideas sobre asuntos de interés, que tuvo una vida breve, de sólo un par de números, pero resulta significativa debido al consejo directivo que la conformó, los propósitos que perseguía y la manera en que presenta una segunda vía ateneísta para entender el papel de los escritores en la vida pública.

El consejo directivo de la revista estaba compuesto por Daniel Cosío Villegas, Vicente Lombardo Toledano, Salomón de la Selva, Eduardo Villaseñor, Enrique Delhumeau y Alfonso Caso como director. La publicación carece de un texto inicial donde se expongan los propósitos, sin embargo, al final del primer número de diciembre de 1922, después de la publicidad para suscripción, aparece un texto sin título, en cual pueden leerse una especie de objetivos grupales:

Ciertamente es desagradable decir la verdad. A veces no sólo desagradable sino perjudicial. Muchos hombres han hecho una vida agradable con el único recurso de no decir nunca la verdad. Otros, en cambio, perdieron toda su fortuna y su dicha por haberla dicho, quizá una sola vez en su vida. Sin embargo, es tan necesario decir la verdad cuando -extraliterariamente por supuesto- se ama a los hombres, que cada quien debe resolver, por lo menos, este conflicto entre la vida agradable y la necesidad moral de procurar el bien (Anónimo, 1981, p. 46).

Los “propósitos” coincidían con las directrices que Pedro Henríquez Ureña consideraba esenciales de la vida intelectual. El papel del escritor correspondía con la responsabilidad del ejercicio de la crítica. Más allá de la conformación de instituciones, o de participación directa en las comunidades, los escritores tenían como obligación principal estudiar, evaluar su entorno y poner su opinión al servicio del bien común, a la par que perfeccionaban su oficio. En consecuencia, los editores se plantearon la publicación como una necesidad moral, de análisis del contexto de la vida nacional, y las relaciones que ello tenía con otros sucesos mundiales.

A diferencia de La falange, que persiguió la difusión de las ideas artísticas de la “cultura latina”, cuyo propósito fue desde un inicio internacional y “puramente artístico”, Vida mexicana se propuso analizar la vida en México desde diferentes ángulos, y relacionarlos con las ideas que circulaban en ese momento, incluyendo al “mundo anglosajón”, extendiéndose más allá del ámbito artístico, como las notas que aparecieron en la revista sobre el papel de la prensa en la formación de opinión pública o la creación y desarrollo de organizaciones obreras.

Por lo anterior, en Vida mexicana el arte y la literatura corresponden apenas a unas notas bibliográficas, un par de poemas de José Gorostiza y Alfonso Cravioto y un cuento del argentino Roberto J. Payró. Por ello, llama la atención la participación de Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, quienes en principio formaban parte de los intereses de La falange.

La orientación “local” y social de la revista permitió la extensión de la lista de colaboradores a personajes como Diego Rivera, Manuel Toussaint, Antonio Caso, Jean Charlot, Elena Torres, Alberto Cañas, Héctor Ripa Alberdi, Manuel Gómez Morín, Joaquín García Monge, Max Henríquez Ureña, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Walter Pach, Carl Sandburg.

Conviene regresar a un punto que diferencia a Vida mexicana de La falange, acerca de sus intereses artísticos y sociales. El proyecto educativo y cultural propuesto por José Vasconcelos desde la organización del Estado revolucionario incluyó un componente social de gran envergadura, que se llevó a cabo a través de elementos específicos como la creación de escuelas, bibliotecas, distribución de libros y la campaña de alfabetización en las comunidades, en función del objetivo de alcanzar el “ideal”.

Para ello, era necesario explorar a fondo las ideas sobre la identidad cultural de los pueblos de América Latina, surgidos de un proceso de mestizaje que los hermanaba. En ese sentido, la creación de La falange respondió a las preocupaciones intelectuales derivadas de la búsqueda de los elementos identitarios comunes en América Latina por medio de las manifestaciones artísticas de esos países.

Vida mexicana recorre otro camino, al no centrarse en las identidades “hermanas”, sino en las circunstancias específicas del país y los diferentes elementos que afectaban el curso de los hechos en México. Para ello, en Vida mexicana se concentraron en el ejercicio de la crítica, es decir, se alejan de la idea de ser un órgano de difusión, para ser un espacio de revisión de ideas y, a partir de ello, enjuiciar el presente y emitir opiniones basadas en el ejercicio de la razón o de “la verdad”, como mencionan en el texto anónimo que funge como editorial.

Muestra de ello son los dos textos iniciales del primer número de Vida mexicana: un extenso reporte de las novedades noticiosas en la prensa de Norteamérica y del resto del continente, en especial de Centroamérica, seguido de un artículo crítico acerca de la conformación de la prensa mexicana, cuya conclusión resumen de esta manera:

  • ¿Qué valor tiene la prensa mexicana en relación con los problemas de México? De los datos anteriores pueden inferirse estas conclusiones:
  • I.- La prensa mexicana, representa en la actualidad los intereses del capitalismo mexicano y extranjero y residente en México, y los de la clase social que vive directa o indirectamente del mismo capitalismo y hacia el cual siente viva simpatía por ignorancia y por tradición.
  • II.- La prensa mexicana carece de moralidad en su conducta.
  • III.- La prensa nacional carece de seriedad en sus informaciones nacionales y extranjeras.
  • IV.- La prensa mexicana está escrita por un personal sin cultura y sin preparación para su oficio.
  • V.- La aparición de las organizaciones de obreros y redactores de prensa, significa el paso más importante para el provenir del periodismo mexicano, porque esas asociaciones prestigiarán a la prensa y la convertirán en portavoz de todas las fuerzas vivas de la República y en directriz de los verdaderos intereses nacionales (Anónimo, 1980, p. 21).

El juicio sobre la actuación de la prensa nacional es duro, y señala las carencias y necesidades que deben atenderse para mejorar el periodismo y con ello la vida pública del país. Asimismo, señalan las “malas prácticas” de la prensa, desde falta de preparación hasta corrupción y sometimiento a los intereses de los dueños y financiadores publicitarios de periódicos y revistas.

La crítica a la prensa pone en disputa el campo de la opinión pública y la oportunidad para diversificarla, al existir materiales de prensa creados y producidos por organizaciones obreras o por miembros del gremio periodístico organizados. En ese sentido, Vida mexicana amplificó la discusión cultural a un ejercicio político, al dar seguimiento a organizaciones fuera del control del Estado.

En ambos casos, la raíz de pensamiento ateneísta acerca de la “universalidad” fue un elemento común, atendido desde diferentes ópticas. Si bien existieron diferencias de concepción del papel del intelectual e incluso diferencias ideológicas, la historiografía posterior consideró ambas formas de entender el país y la conformación cultural de éste como parte de una misma concepción. Al respecto, señala Marco Santiago Mondragón que:

Los caracteres de quienes enarbolaron estas propuestas renovadoras tendieron a asociarse, en la historiografía posterior, mediante dos criterios. Uno, nacionalista, caracterizado por cierto optimismo revolucionario que pretendió erradicar toda expresión relacionada con el Porfirismo y otro, cosmopolita, que buscó extraer a México del aislamiento geográfico y situarlo en un contexto mundial, casi universal. La confrontación de ambas tendencias estéticas se dio con mayor intensidad a partir de 1925, sin embargo, antes de este momento, la orientación no tan clara en las posturas de sus defensores permitió un tránsito intelectual interesante que es posible percibir en las publicaciones periódicas de aquella década (Santiago Mondragón, 2019).

En efecto, la disputa por la hegemonía en las definiciones de la cultura nacional durante la década se decantó en dos posturas centrales, aunque cada una de ellas tenga matices y diferenciadores entre cada grupo, e incluso en cada miembro de los defensores de ambos puntos de vista. De hecho, en 1925 se suscitó la polémica con respecto al “afeminamiento de la literatura” que involucró y cohesionó, superadas en parte algunas diferencias entre ellos, a los miembros del futuro grupo Contemporáneos, quienes recuperaron de las ideas del ateneísmo, las cuales serían distintivas de su quehacer, como la crítica, y establecieron un nuevo perfil de intelectual.

Conclusiones

La influencia del ateneísmo durante la etapa armada de la revolución y los primeros años de la postrevolución fue decisiva en la conformación del discurso estatal sobre la cultura, el arte y la educación. Las contribuciones al campo intelectual que el grupo había realizado en la etapa final del Porfiriato cobraron relevancia a principios de la década de 1920, con el nombramiento de José Vasconcelos como rector de la Universidad Nacional y luego como Secretario de Educación.

Durante ese periodo, la prensa cultural cobró una relevancia notable en las discusiones acerca de la cultura. Tanto la prensa diaria como las publicaciones con periodicidad semanal o mensual conformaron un amplio campo de alianzas, disputas, espacios de agrupación, hegemonía y disputa entre los diversos grupos. En ese sentido, como señala Horacio Tarcus:

[…] las revistas se afirman inscribiéndose en genealogías legitimantes. En mayor o menor medida, con mayor o menor conciencia, todas llevan adelante una serie de estrategias que nos permiten postular en el interior del campo intelectual un subcampo que funciona con una lógica propia y un lenguaje común (Tarcus, 2021, p. 199).

En ese sentido, la publicación de La falange. Revista de cultura latina y Vida mexicana. Revista mensual de ideas de interés resulta relevante porque permite rastrear los cambios, dudas y maneras de concebir el papel del escritor ya no tanto de los miembros del Ateneo sino de los jóvenes que actuaron bajo sus enseñanzas. La aparición de varios de los colaboradores en una y otra revista da muestra de ello. Aunque reconocían diferencias entre uno y otro grupo, se asumían como parte de un objetivo común, bien diferenciado de otras propuestas como el nacionalismo revolucionario, el rescate de la cultura colonial, o el indigenismo.

En efecto, a ambos grupos se les clasificó como “universalistas”, sin embargo, las diferencias entre las maneras de concebir su papel en la vida pública sí incidieron en la forma en que se comprometieron con sus propias causas y maneras de inscribirse en el debate público. Aunque la propuesta grupal consideraba la educación humanística basada en el helenismo griego como un punto central, además de reconocer la importancia de la especulación filosófica, las maneras en que esa propuesta debía llevarse a cabo y, particularmente, las actividades y maneras de incidir en la vida pública que les correspondía como intelectuales presentaron distancias entre unos y otros miembros del Ateneo. En este caso, las diferencias entre José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña son posibles de rastrear en sus trayectorias intelectuales.

Ambos fungieron como modelos de actuación de los intelectuales. Por una parte, José Vasconcelos, concibió la tarea del intelectual como “acción”, esto es, llevar la cultura directamente a las comunidades, lo cual ejecutó desde la plataforma del Estado, primero en la Universidad y luego en la Secretaría de Educación Pública. Sumado a ello, Vasconcelos consideraba fundamental la difusión de los textos clásicos en las bibliotecas, escuelas y comunidades, además de la enseñanza de oficios.

El compromiso que exigía Vasconcelos de los intelectuales residía en dejar las aulas, los estudios y mesas de redacción en un segundo plano. Por su parte, Pedro Henríquez Ureña concibió la tarea del intelectual en el ejercicio y perfeccionamiento de sus habilidades, para contribuir socialmente como crítico, organizador de la cultura y formador de corrientes de opinión. “Acción” y “crítica” fueron los dos conceptos centrales en las diferencias entre uno y otro y el indicador de los caminos que tomaron para cumplir con las tareas que concibieron para los intelectuales.

Los grupos de jóvenes que se congregaron alrededor de ambas figuras incidieron en la vida pública de los años 20 bajo las enseñanzas de ambos. Las diferencias en torno a cuál debía ser el papel del intelectual mostró fronteras porosas y puntos de encuentro que sintetizarían después esos jóvenes que formados bajo la tutela de los ateneístas encontrarían su propia manera de atender sus compromisos públicos como intelectuales.

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Notas

1 Los jóvenes que en ese momento coincidieron en algún proyecto con Vasconcelos, u ostentaron algún cargo en la Universidad Nacional o la Secretaría de Educación Pública, coinciden en la “atracción” que generaba la personalidad y energía de Vasconcelos, particularmente, coinciden las memorias de Jaime Torres Bodet (1995), Tiempo de arena; Juan Bustillo Oro (1973), Vientos de los 20; y Daniel Cosío Villegas (1976), Memorias.

2 Los estudios sobre la trayectoria grupal e intelectual de los ateneístas de Alfonso García Morales (1992), Fernando Curiel Defossé (2000) y Susana Quintanilla (2008) dan una explicación detallada de las ideas que propusieron desde el momento de su conformación como grupo incipiente en la revista Savia Moderna en 1906, la creación de la “Sociedad de Conferencias” en 1907, y las actividades que tuvieron como Ateneo entre 1909 y 1914.

3 Así lo relatan José Vasconcelos en Ulises Criollo, Alfonso Reyes en “Pasado inmediato”, Antonio Caso en sus conferencias sobre Nietzsche de 1910 y Pedro Henríquez Ureña en diversos artículos, especialmente en “La cultura de las humanidades” y en sus tesis “La Universidad”.

4 En su tercer tomo de memorias: El desastre José Vasconcelos detalla los pormenores, gestiones y peripecias que pasó en los cargos durante el gobierno obregonista, la manera en que atrajo a otras personalidades de América Latina como Gabriela Mistral a participar en su proyecto, y cómo los jóvenes colaboraron con entusiasmo en el proyecto.

5 Alberto Vásquez del Mercado (1893-1980), Manuel Gómez Morín (1897-1972), Teófilo Olea y Leyva (1895-1976), Vicente Lombardo Toledano (1894-1978), Antonio Castro Leal (1896-1981), Jesús Moreno Baca (1893-1926) y Alfonso Caso (1896-1970). Al núcleo de 7 integrantes, si se considera como “generación de 1915” como la denominó Manuel Gómez Morín, se suman Daniel Cosío Villegas (1894-1976), Luis Enrique Erro (1897-1955), Narciso Bassols (1897-1959), Miguel Palacios Macedo (1898-1990) y Manuel Toussaint (1890-1955).

6 Jaime Torres Bodet (1902-1974), Carlos Pellicer Cámara (1897-1977), José Gorostiza (1901-1973), Enrique González Rojo (1899-1939), Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1949), Xavier Villaurrutia (1903-1950), Salvador Novo (1904-1974), Gilberto Owen (1904-1952) y Jorge Cuesta (1903-1942).

7 Así lo reconocen los estudios de Claude Fell (2009), José Vasconcelos: los años del águila (1920-1925),Guillermo Sheridan (2003), Los contemporáneos ayer, para el caso del grupo Contemporáneos y Elissa Rashkin (2014), La aventura estridentista: historia cultural de una vanguardia.

8 Además del análisis realizado por Claude Fell (2009) acerca de las ideas de Lunacharsky en los planteamientos pedagógicos de José Vasconcelos, el análisis que sobre el maestro realizó Eric Cafeel Vallejo Grande (2022) acerca de El maestro en el que rastrea las diferentes discusiones pedagógicas que aparecieron en la revista, en un contexto en que la revolución rusa y las ideas socialistas tuvieron un auge importante en la conceptualización de ideas.