La guerra de los pasteles. Análisis del concepto y de las mentalidades mexicanas1
The Pastry War. Analysis of the concept and Mexican mentalities
Eliud Santiago Aparicio
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
ayax1945@live.com.mx
https://orcid.org/0000-0002-6830-7346
Fecha de recepción: 12 de diciembre de 2023
Fecha de aprobación: 29 de febrero de 2024
RESUMEN: Este ensayo analiza las diferentes versiones de la supuesta reclamación de los pasteles que la historiografía retoma para denominar a la primera intervención francesa como “la guerra de los pasteles”. Algunos historiadores señalan que esta reclamación fue, entre otras cosas, una de las causas de la primera intervención gala. Sin embargo, sostengo que tal reclamación fue una invención de la prensa mexicana para cuestionar y criticar el bloqueo francés. Asimismo, los sectores populares adoptaron esta sátira para denigrar a los franceses quienes ocupaban una posición privilegiada en el comercio mexicano.
Palabras clave: Pasteles, Guerra, Invasión, Francia, México
ABSTRACT: This essay analyzes the different versions of the supposed pastry claim that historiography takes up to call the first French intervention “the pastry war.” Some historians point out that this claim was, among other things, one of the causes of the first French intervention. However, I maintain that such a claim was an invention of the Mexican press to question and criticize the French blockade. Likewise, the popular sectors adopted this satire to denigrate the French who occupied a privileged position in Mexican commerce.
Keywords: Cakes, War, Invasion, France, Mexico
Todas las tradiciones inventadas,
hasta donde les es posible, usan la historia
como legitimadora de la acción y
cimiento de la cohesión del grupo.
(Hobsbawm, 2002, p. 19).
Introducción
Este ensayo analiza los sentimientos del pueblo mexicano hacia los franceses, a partir de la construcción del enemigo y la observación de las herramientas mentales. Solange Alberro define a estas últimas como las “múltiples articulaciones [de] los procesos sensitivos y perceptivos, las operaciones intelectuales que abarcan tanto las lenguas y los múltiples discursos como las expresiones artísticas en su conjunto, las técnicas y las prácticas que las integran” (Alberro, 1992). Estudio, entonces, el concepto de “la guerra de los pasteles” a partir de la sátira elaborada por los medios impresos y una representación teatral presentada en las calles de la Ciudad de México.
Los millones de mexicanos que acudimos a escuelas públicas en la década de 1990, aprendimos, con los textos gratuitos de Historia proporcionados por la Secretaría de Educación Pública (SEP), que la primera intervención francesa fue causada, entre otras cosas, por un galo que exigía la indemnización de unos pasteles devorados y que nadie pagó:
Las reclamaciones eran tan exageradas, que un pastelero quería cobrar los pasteles perdidos en un motín. Por eso llamamos a este conflicto la Guerra de los pasteles. En 1838 los franceses cañonearon Veracruz. México reconoció la deuda, pero no había dinero para pagar ni para organizar la defensa así que solicitó nuevos préstamos y pagó a Francia (Historia. Cuarto grado, 1999, p. 114).
En la actualidad, la sociedad continúa utilizando el mote de “la guerra de los pasteles” para referirse a ese conflicto. Además de los textos gratuitos, medios digitales e internacionales de la talla de la “BBC” y “National Geographic”, insisten en reproducir la imagen de un francés reclamando sus postres y que, junto a otras quejas de similar índole, desencadenaron la primera intervención francesa (Brooks, 2023; Sadurní, 2021). De ahí que la primera guerra franco-mexicana reciba ese nombre en México y en el mundo, pues tal creencia se difunde en las plataformas digitales.
Cuando los historiadores refieren la primera intervención francesa también retoman las reclamaciones de los pasteles (Rabadán, 2006, pp. 223-225; González, 1993, pp. 187-193; Muñoz, 2015, pp. 321-334). Designan así al enfrentamiento militar por inercia, más que por el resultado de una investigación que acredite la existencia de la reclamación. Si bien los especialistas que trabajan algún aspecto de este conflicto en ocasiones dudan de tal reclamación, no reflexionan sobre la pertinencia de utilizar el mote de “la guerra de los pasteles” (Estrada, 2021, pp. 33-46; Barker, 1979, pp. 57-65; Penot, 1975, p. 110; Aquino, 1997, p. 88).2 Aunque pareciera trivial analizar este concepto, su estudio revela el discurso ideológico de la prensa, la mentalidad de los sectores populares, el proceso de deshumanización del enemigo, la creación de un “chivo expiatorio”, así como algunas manifestaciones de identidad nacional de los mexicanos.
El presente ensayo demuestra que el concepto de “la guerra de los pasteles” es impreciso y deriva de una reclamación inventada por los mismos mexicanos, pero que contiene un trasfondo histórico. Para sostener mi afirmación, primero, presento las diferentes versiones de la supuesta pérdida de los bocadillos y enseguida realizo una crítica de fuentes a las diversas piezas que conforman las dos versiones de la reclamación. Finalmente, expongo la importancia de la reclamación para la prensa y los sectores populares y explico, desde la historia de las mentalidades, la función unificadora de dicha reclamación en la sociedad mexicana.3
Horneando los pasteles
Peter Lamberd (2006) afirma que los mitos o las historias compartidas son creadas, modificadas o redescubiertas. Los hechos recuperados del pasado son dinámicos y se encuentran en constante formulación, construcción y destrucción. Lamberd concluye que “the political creations and rediscoveries of the past must have some root in national consciousness, shared historical memory, and popular culture”.4 Siguiendo esta lógica, en este apartado presento las diversas versiones de un mismo hecho: las afectaciones a un negocio francés durante una convulsión política de México. Los observadores contemporáneos y la prensa mexicana y francesa recuperaron, edificaron y deformaron el relato en sus páginas. Así pues, cotejo las dos versiones del rompecabezas para precisar el origen de sus piezas y su evolución a lo largo del tiempo.
En 1827 Francia y México acordaron las “Declaraciones” en las que el país europeo se comprometía a no auxiliar a España si buscaba reconquistar a su antigua colonia (Aquino, 1997, p. 40), lo que finalmente intentó en 1829. Este acuerdo fue una victoria diplomática para México, pues se eliminaba el temor hacia Francia que había restaurado el absolutismo de Fernando VII en España (1823) y formaba parte de la Santa Alianza que pretendía detener el avance del liberalismo. Sin embargo, estas naciones no firmaron un tratado comercial y amistoso, solo formalizaron el reconocimiento de facto de la independencia mexicana. En 1830, el monarca francés, Luis Felipe I, entabló un mayor acercamiento con México. Un año después designó al barón Jean Baptiste Louis Gros como representante diplomático en dicho país. El barón comenzó a presionar al gobierno mexicano para que reconociera las reclamaciones de sus compatriotas por los saqueos sufridos durante convulsiones internas. En 1833 el barón Antoine-Louis Deffaudis sustituyó al barón Gros como diplomático, pero continuó ejerciendo presión para que el gobierno aceptara las demandas. En esta tónica apareció el problema de los pasteles devorados.
Gerardo Manuel Medina Reyes sugiere que los sectores populares recurrieron a los pasteles para caracterizar como “la guerra de los pasteles” al conflicto con Francia (Medina, 2024). Difiero con él porque la prensa promovió, o mejor dicho inventó, la reclamación de los supuestos bocadillos. La aparición de esta última sucedió en agosto de 1837 cuando el barón Deffaudis lamentó que la prensa mexicana ridiculizaba los bocadillos perdidos durante el saqueo del mercado del Parián en 1828 (Barker, 1979, p. 65; Estrada, 2021, p. 36). Esta fue la primera versión de la reclamación. En 1838 El Cosmopolita (5 de mayo de 1838) advertía la inminente invasión francesa “porque la república no quiere pagar los pasteles de Tacubaya, las pérdidas de Douranton y D’ Arbel”. Meses después satirizaba el suceso porque “unos cuantos pasteles comidos en momentos de efervescencia, figuran como poderosa causal del rompimiento a que nos aproxima la Francia” (El Cosmopolita, 7 de noviembre de 1838, p. 4). El Defensor de la Nación (12 de marzo de 1839) señaló que los franceses reclamaban “tres mil pesos por los vidrios de una ventana y treinta mil por los pasteles que se comieron los soldados de una fonda”. En estos años la prensa coincidió en que los pasteles representaban la manzana de la discordia, Tacubaya era el lugar de los hechos, una fonda era el negocio afectado y algunas ventanas habían sido quebradas.
Cabe señalar que la supuesta queja del pastelero francés no apareció en la prensa antes de 1837, todas las versiones emergieron en los medios impresos durante el aumento de tensiones entre México y Francia (1837) y se intensificaron cuando el barón Deffaudis envió un ultimátum al gobierno mexicano para pagar la indemnización por impuestos extraordinarios, saqueos y asesinatos de sus compatriotas (21 de marzo de 1838). Las autoridades mexicanas respondieron que no negociarían mientras una escuadra francesa estuviera en aguas nacionales, comenzando así el bloqueo al puerto de Veracruz el 16 de abril.
La prensa mexicana incrementó sus sátiras de la supuesta reclamación de los pasteles, pues no le puso nombre ni apellido al supuesto afectado. Esto refleja que el relato, a lo largo del tiempo, sufrió cambios significativos: se agregó el nombre del aquejado y desaparecieron los vidrios rotos. Sin embargo, se requería que el supuesto agraviado tuviera al menos un apellido para dotar a la anécdota de mayor credibilidad. Es así como Remontel, finalmente, apareció en Le Trait dʼUnion, un periódico francés de la Ciudad de México fundado en 1849 y clausurado en 1897.5 Mathieu de Fossey, un colono de Coatzacoalcos, afirmó que este impreso insertaba la segunda versión de la reclamación de los pasteles:
Cʼ est ainsi que jʼai entendu répetér jusquʼà saciété, à lʼepoque de nos démélés avec le Mexique, quʼun pâtissier français avait réclamé 30 000 piastres pour des petits gâteaux que lui avaient mangés des soldats mexicains. Le fait est quʼun restaurateur français, nommé Remontel, fut volé à Tacubaya par quelques officiers mauvais sujets, dans la nuit qui précéda le départ des troupes de Santa-Anna en 1832, lorsque ce général, renonçant à lʼespoir de prendre Mexico, sʼéloigna de ce point pour se reporter du côté de Puebla (Fossey, 1857, 287).6
Los soldados robaron los cubiertos, vinos y hasta los sartenes del restaurante. El relato también señalaba que Remontel remitió al barón Gros una reclamación por 800 pesos y que este último la turnó al gobierno mexicano. Podemos obtener diversas conclusiones a partir del texto anterior. Fossey arribó a México a principios de 1830 y retornó a Francia en 1856 (Covarrubias, 1998, pp. 87-88). Esto refleja que Remontel aparece en el relato entre 1849, año de la fundación de Le Trait dʼUnion, y 1856 cuando Fossey abandonó el país del águila y la serpiente. Asimismo, Le Trait dʼUnion retomó de la versión anterior la ubicación del incidente (Tacubaya) pero sustituyó la fonda por el restaurante. Este periódico también acuñó elementos inexistentes en la otra versión. Se estableció que las tropas del general Antonio López de Santa Anna fueron los victimarios y el 7 de noviembre la fecha de los pasteles devorados, pues el contingente pronunciado abandonó las inmediaciones de la ciudad al día siguiente. Veamos un poco de contexto para entender la supuesta reclamación. Anastasio Bustamante se pronunció contra el presidente Vicente Guerrero en diciembre de 1829 y tomó el poder en los meses siguientes. En 1832 el general Antonio López de Santa Anna encabezó el plan de Veracruz para derrocar a Bustamante. Después de una serie de tropiezos y aciertos militares, Santa Anna sitió la capital del país y pernoctó en Tlalpan, San Ángel, Coyoacán y Tacubaya el 20 de octubre (Fowler, 2018, p. 233).
Algunos historiadores decimonónicos mostraron escepticismo frente a las dos versiones. José María Bocanegra (1987), Manuel Rivera Cambas (1888), Niceto de Zamacois (1888) y Justo Sierra (2018) ni siquiera la refirieron en sus compendios. Carlos María de Bustamante (1842), en cambio, sí creyó en los “pasteles de Tacubaya”. Luis Pérez Verdía (1883) afirmó que un francés exigía 60 000 pesos por los bocadillos robados durante un pronunciamiento. Manuel Payno (2009) proponía que la reclamación ascendía hasta los 80 000 pesos; sin embargo, ni Pérez ni Payno pusieron nombre o apellido al reclamante. Tampoco expusieron los documentos que sostuvieran sus afirmaciones. Bustamante, además, estuvo presente en el congreso cuando se leyó el ultimátum de Deffaudis, quien nunca refirió los mentados pasteles (llama la atención que Bustamante fuera seducido por las acusaciones de los periódicos). La prensa mexicana inventó y perpetuó la reclamación de los pasteles mientras que la prensa francesa establecida en la Ciudad de México, así como el inmigrante Fossey le dieron la decoración final.
¿Qué dicen los profesionales de la Historia? Los trabajos académicos no poseen una variación sustanciosa de la reclamación de los pasteles (Rabadán, 2006, pp. 223-225; Muñoz, 2015, p. 322; Bravo Ugarte, 1953, p. 486), pues retoman las diversas versiones de un galo afectado y algunas veces mencionan, como Jacques Penot (1975), David-Alexandre Estrada (2021), Faustino Aquino (1997) y Gabriele Esposito (2021), el apellido de Remontel (Esposito lo tergiversó a Remondel). Simplemente reiteran los hechos difundidos por la prensa decimonónica, Fossey y los compendios de Historia, pero no cuestionan su autenticidad, menos sospechan si la reclamación fue una invención de la prensa mexicana.
Eric Hobsbawm (2002) afirma que algunas tradiciones británicas fueron inventadas recientemente y, por lo general, poseían reglas con carga “simbólica o ritual” que pretendían inculcar valores y pautas de comportamiento “por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado”. Para el caso de los pasteles, fue la prensa mexicana la que inventó y perpetuó, a través de la reiteración, la reclamación. Además, las posteriores fricciones entre mexicanos y galos mantuvieron viva la supuesta reclamación. En mayo de 1845, el barón Alleye de Ciprey, ministro de Francia en México, tuvo un altercado en el “Baño de las Delicias” y tiempo después con Mariano Otero en el Teatro Nacional (Peña, 1926, pp. 1-3). La prensa respondió a la agresión del barón sobre Otero recordando que: “México [estuvo] pagando pasteles a un precio inaudito” (El Siglo Diez y Nueve, 2 de noviembre de 1845, p. 3). Un año después El Republicano afirmó en sus páginas que los galos degeneraban a la sociedad mexicana con sus libros pornográficos, blasfemos y obscenos. Pero los pasteles se convirtieron en el estigma por excelencia durante los siguientes años (El Republicano, 22 de abril de 1846). El fracaso de la guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848) mantuvo viva la reclamación de los bocadillos, pues se temía una nueva invasión extranjera. El Universal, por ejemplo, se preguntaba si pronto sería “amenazado nuevamente Ulúa por los franceses, a virtud de otros pasteles que nos hayamos comido” (El Universal. Periódico independiente, 10 de octubre de 1849, p. 3).
Las diferentes versiones decimonónicas del supuesto suceso, así como las perspectivas académicas coinciden en cinco elementos concretos: un francés resultó afectado económicamente, el atentado sucedió en las inmediaciones de la Ciudad de México, el hecho no fue un descuido o un error humano, se actuó con dolo, un negocio de comida sufrió cuantiosas pérdidas y, finalmente, unos pasteles fueron devorados, de ahí que el conflicto bélico recibiera el mote de “la guerra de los pasteles”. Cabe preguntarse si los elementos que componen las diferentes versiones del relato tienen sustento histórico. En las siguientes líneas intentaré responder tal inquietud.
Rebanando el pastel
Soy consciente de que para probar o desmentir un hecho, resulta imprescindible fragmentarlo para estudiarlo con minuciosidad. Así, en el presente apartado analizo, con base en registros archivísticos, hemerográficos y la reciente producción historiográfica, la viabilidad de la presencia en México y la nacionalidad de la supuesta víctima, los presuntos agresores, el espacio mancillado, el año del suceso, así como algunas inconsistencias del relato. Intento demostrar que no existen elementos suficientes para sostener la veracidad de la pretendida reclamación.
¿Qué podemos decir sobre el individuo afectado? En primer lugar, su nombre no aparece en las múltiples versiones de la década de 1830. Será a partir de 1849 cuando conocemos algunos datos dispersos de su vida. En segundo lugar, carecemos de abundantes documentos oficiales que refieran su llegada a México. Entre 1821 y 1828 se emitió la legislación que regulaba la permanencia de extranjeros en el país, quienes tramitarían un pasaporte para ingresar o salir de él. Una investigación reciente revisa los pasaportes que los cónsules y vicecónsules mexicanos en Francia, Inglaterra, Prusia, Países Bajos y Estados Unidos emitieron a los extranjeros, cuando estos últimos requerían tales documentos en los puertos nacionales, así como las listas de residencia de extranjeros que las autoridades de los diversos departamentos del país expidieron en 1838. No aparece ningún francés con ese apellido (Santiago, 2021, pp. 61-101). En el catálogo del Archivo Histórico de Notarías de la Ciudad de México tampoco existe rastro de este individuo entre 1821 y 1860. La ausencia de Remontel en los repositorios no constituye una prueba contundente de que nunca pisara tierras mexicanas, pues las autoridades de la época no llevaban un registro confiable, sistematizado y los extranjeros algunas veces recorrían el país sin gestionar la documentación necesaria (Lida, 2006, p. 616; Rodríguez, 2010, p. 21).
La legislación sobre extranjeros también estableció que los recién llegados debían solicitar una carta de seguridad para permanecer en el país y gozar de la protección de las autoridades mexicanas. Es aquí cuando finalmente aparece nuestro hombre. Su nombre era Louis Remonté y solicitó una carta de seguridad el 1 de mayo de 1832 [ver Imagen 1].7 Con el paso del tiempo su apellido degeneró, aun entre los mismos franceses, en Remontel y su nombre se perdió (a partir de este momento me referiré a él como Remonté). Fossey también certificó la existencia de este individuo, pero no durante su aventura colonizadora, sino años después cuando afirmó que “cʼetait le cuisinier de mon brick le Petit Eugène” (Fossey, 1857, p. 287).8 Con este testimonio queda patente que la actividad económica de Remonté giró en torno a la comida y que, por alguna razón desconocida, abandonó la vida terrestre por el mar. Esto lo convirtió en un fantasma en los repositorios históricos, pues las tripulaciones de los barcos no estaban obligadas a registrarse ante las autoridades portuarias, a menos que se adentraran al país. Por tal razón, los documentos oficiales no proporcionan más datos sobre su vida y actividad económica, pero los hallazgos aquí expuestos al menos demuestran que Remonté sí pisó suelo mexicano.
Imagen 1 La carta de seguridad de Louis Remonté
Fuente: Archivo General de la Nación [AGN], Cartas de seguridad, vol. 3, f. 51.
Penot (1975) aseguró que Remonté arribó con los colonos de Coatzacoalcos pero que, tras el fracaso de la colonia, probó suerte en la Ciudad de México.9 Esta afirmación no tiene sustento documental. En el primer contingente arribaron 100 colonos y solo se reportó la entrega de pasaportes a unas cuantas personas [ver Tabla 1]. Remonté no aparece ¿Por qué? Probablemente llegó al país con otros fines que no han sido aclarados o no le interesó tramitar su pasaporte.
Tabla 1 Colonos registrados antes las autoridades mexicanas
# | Nombre | Oficio | Familiares | Observaciones |
---|---|---|---|---|
1 | Claudio Gallix | Antiguo comerciante | Esposa | |
2 | Pedro Hery | Fabricante de espejos | ||
3 | Enrique Dros | Esposa y cuñada | Arribó con dos sirvientes | |
4 | Narciso Rabouin | Arribó con cinco sirvientes | ||
5 | Bernardo Burgot | Agricultor | ||
6 | Carlos Dupiart | Arribó con cuatro sirvientes | ||
7 | Alfonso Vapuin | Arribó con dos sirvientes | ||
8 | Claudio Bojan | Esposa y una niña | Arribó con dos sirvientes | |
9 | Francisco Bremon | Esposa | ||
10 | José María Ridet | Esposa | ||
11 | Juan Bautista Rival | Tonelero | ||
12 | Mr. Haurinand | Abogado | ||
13 | Federico Lubert Labrope |
Fuente: Archivo Histórico Diplomático [AHD], Embajada de México en Francia, Legajo 11, exp. 82, s/f.
Ahora bien, no existe consenso sobre la fecha de la afectación al restaurante o fonda. La prensa mexicana señaló que sucedió en 1828. Este año coincidió con otros saqueos populares efectuados en todo el país y la expulsión de españoles decretada por el congreso general el 20 de diciembre de 1827 (Sims, 1985, pp. 86-100). El clímax de la hispanofobia llegó precisamente en 1828 con la lucha entre logias masonas y la elección presidencial, ocasionando el motín de la Acordada y el saqueo del mercado del Parián (4 de diciembre de 1828), un espacio donde los extranjeros, especialmente los españoles, tenían abundantes capitales invertidos (Arrom, 2004, pp. 83-116). Siete almacenes franceses reportaron pérdidas de $122 518 pesos (Penot, 1975, pp. 93-95). Pero 1828 y el Parián deben ser descartados como el año y la ubicación de la supuesta reclamación de los pasteles por las siguientes razones. En primer lugar, y si confiamos en la dudosa afirmación de que Remonté colonizó Coatzacoalcos, esto resulta anacrónico porque los primeros colonos salieron de Francia el 23 de noviembre del año siguiente.10 Por consiguiente, en el prorrateo realizado por las autoridades capitalinas para intentar indemnizar a los extranjeros afectados en el saqueo del Parián, Remonté no aparece.11 Finalmente, en el Parián no se vendían postres, sino ropa, fierros y hasta municiones (Prieto, 2011, p. 22).
La segunda versión de la reclamación establece que sucedió durante el sitio de 1832. Carlos María de Bustamante (2001) registró en su diario personal las noticias que él consideró más llamativas del cerco militar: las escaramuzas, el establecimiento del cuartel general de Santa Anna en Tacubaya y los robos que sus tropas cometieron en Texcoco y Acolman (Estado de México). El germano C. C. Becher (1959) plasmó en sus cartas privadas la vida cotidiana en la Ciudad de México durante el sitio. El Sol (25 de octubre de 1832) también registró lo que sucedía en Tacubaya y sus alrededores. Pero nadie habló de unos pasteles devorados. La opinión pública incluso manifestó la disminución de criminalidad durante el sitio: “Hemos advertido, así por los partes de policía, como por el silencio general, que durante la permanencia de Santa Anna en las inmediaciones, no ha habido tantos robos, asesinatos y riñas escandalosas como en los otros días” (El Sol, 9 de noviembre de 1832, p. 4).
Las actas ordinarias y secretas de cabildo de la Ciudad de México registraron los temores que el sitio provocó en los capitalinos, la fijación de los precios de las semillas y comestibles para evitar la especulación, así como la instalación de bombas para prevenir incendios, pero no se mencionaron unos bocadillos devorados.12 Queda indagar en las reclamaciones diplomáticas. Elsa Aguilar Casas afirmó que el galo “declaraba enfáticamente” su reclamación, aludiendo que en 1832 ciertos oficiales de Santa Anna comieron unos pasteles sin pagar (Aguilar Casas, 2024). Rafael F. Muñoz (2015) aseguró que en las reclamaciones francesas aparecían los “ochocientos pesos por los pasteles de Monsieur Remontel”. Fossey (1857) afirmaba, probablemente influenciado por Le Trait dʼUnion, que Remonté se quejó ante el barón Gros, quien elevó la reclamación al gobierno mexicano. Ninguno de estos autores refirió el origen de su documentación. Tampoco aclararon si la presunta reclamación procedió o resultó desestimada por el gobierno mexicano. Francisco Bulnes (1904) fue el primero en advertir su ausencia en el ultimátum galo antes de estallar las hostilidades entre ambas partes.
Coincido con el posicionamiento de Bulnes, pues en los fondos de “justicia”, “gobernación legajos” y “gobernación sin sección” del Archivo General de la Nación, no se halló la queja. Tampoco apareció en el fondo “reclamaciones”, “legajos encuadernados” o “embajada de México en Francia” del Archivo Histórico Diplomático (AHD) que se especializa en las relaciones entre México y el mundo. En efecto, los documentos que el barón Gros dirigió al ministro de relaciones interiores y exteriores de México no refirieron al incidente de los pasteles.13 Sospecho que lo mismo sucede en los repositorios galos, pues Penot, Estrada y Nichols no demostraron, con documentación diplomática francesa, que el barón Gros realizara tal reclamación. Se concluye entonces que el año de 1832 y el pronunciamiento de Santa Anna carecen de documentos históricos que comprueben la reclamación de los postres.
¿Por qué no aparece la reclamación de Remonté? Si confiamos en la dudosa afirmación de Penot de que Remonté había colonizado Coatzacoalcos, el gobierno mexicano y probablemente también la legación francesa en México, desestimaron la queja, si se llegó a hacer, porque Remonté había perdido la nacionalidad francesa. La ley nacional de colonización decretó el 14 de abril de 1828 que “los colonos que vengan a poblar en los terrenos colonizables serán tenidos por naturalizados pasado un año de su establecimiento” (Maza, 1893, p. 225). Esto convertía a Remonté en un connacional con obligaciones y derechos, pero perdía la protección consular de su antigua nación. Esta misma legislación impidió en 1838 que los colonos de Jicaltepec, Veracruz, antiguamente franceses, fueran desterrados cuando se decretó la expulsión de galos en represalia al bombardeo francés de San Juan de Ulúa (González, 1993, p. 191).14 Por esta razón los propios diplomáticos franceses nunca mencionaron los ricos bollos, si fueron devorados, porque Remonté ya no era su compatriota, pues en aquellos años no existía la nacionalidad doble. Entonces ¿Cuáles fueron las reclamaciones que los cónsules franceses presentaron ante el gobierno mexicano?
El barón Deffaudis condenó las contribuciones forzosas que las autoridades exigían a los franceses, así como los excesos de los sectores populares cometidos en los años previos. Entre estos destaca el rumor de que los franceses ocasionaron el cólera en 1833. En la hacienda de Atencingo (Chietla, Puebla) cinco galos resultaron asesinados, desmembrados y sus cuerpos arrastrados por caballos porque según propagaban la enfermedad envenenando los pozos de agua potable. Dos años después, De Moussien y Agustín Saussier fueron forzados a servir en un pronunciamiento federalista en Tampico. Tomados prisioneros por las autoridades resultaron fusilados y decapitados. La lista de reclamaciones es larga e incluye saqueos, destierros, extorsiones y aprisionamientos ilegales realizadas por las autoridades locales (Peña, 1927, pp. 42-58). Pero los pasteles de Remonté brillaron por su ausencia.
Hobsbawm (1998) reflexionó sobre la utilidad de la Historia. Para el historiador británico, esta legitima gobiernos a través de las hazañas individuales o colectivas y si no existe un pasado glorioso, puede inventarse. En sentido inverso, considero que las personas recurren a la Historia para estigmatizar, en momentos de crisis o de fricción, a naciones e individuos. Y si tampoco existe una Historia que se amolde al desprestigio, también se inventa. Pero una invención puede tener un trasfondo histórico que se resiste a desaparecer y se amolda a la coyuntura. Los sectores populares expresaron su odio a los extranjeros a través de creencias antijudías como el envenenamiento de pozos, el azote de crucifijos, cráneos parlantes, el crimen ritual y las picarescas colas de diablillos que los extranjeros supuestamente poseían. Los novohispanos, más tarde mexicanos, heredaron estas concepciones de la España medieval para denigrar a los judíos que posteriormente compararon con los extranjeros (Santiago, 2021, pp. 423-431).15 Entonces, la reclamación de los pasteles también debería tener una raíz.
El atentado más similar a la versión de los pasteles sucedió en 1837, cuando estallaron los motines contra la moneda de cobre debido a su pronta devaluación y fácil falsificación. Los comerciantes nacionales y extranjeros se negaron a aceptar este circulante exigiendo uno de plata, dejando a las clases populares sin la capacidad adquisitiva para comprar la canasta básica. En las calles capitalinas se escuchaba “muera el congreso, muera el gobierno, fuera españoles, fuera ingleses. Viva el ejército” (El Mosquito Mexicano, 14 de marzo de 1837, p. 4). La efervescencia popular dirigió su descontento hacia los negocios extranjeros y cerca de 30 establecimientos ingleses, estadounidenses y franceses resultaron depredados el 11 de marzo (Cacho, 2005, p. 128). El comercio “El Tocador de las Damas”,16 perteneciente a los galos Clemente y Becherel, resultó afectado cuando sus dueños extraían lingotes de plata (Suplemento, 1838, pp. 220-221; Torres Medina, 1994, p. 110). Esta acción fortaleció la creencia popular de que los extranjeros acaparaban los metales preciosos dejando al país sin monedas de plata. Los agraviados exigieron una indemnización de $1 360 pesos, la más alta realizada por los franceses perjudicados durante el motín.
El 19 de marzo el congreso disminuyó el valor de la moneda de cobre en un 50% para palear la inflación, pero eso no aplacó el descontento popular. En otras partes de la república se manifestó una molestia similar a la del 11 de marzo. El ministro de guerra reprobó que: “se ha proclamado por hombres sin moralidad ni patriotismo, la muerte de los que no han nacido en nuestro suelo, cometiéndose violaciones sobre las personas y propiedades de súbditos de naciones amigas” (Dublán y Lozano, 1876-1912, p. 339). Pronto apareció este pasquín en la Ciudad de México:
Jesucristo en su pasión
hizo de un ladrón, un Justo;
y el congreso por su gusto
ha hecho de un Justo,
su ladrón.
(El Mosquito Mexicano, 21 de marzo de 1837, p. 2).17
Los tumultuosos días en la capital del país invitan a preguntarse ¿Por qué en la reclamación de los pasteles aparece Remonté? René Girard define al “chivo expiatorio” como un individuo que “denota simultáneamente la inocencia de las víctimas, la polarización colectiva que se produce contra ellas y la finalidad colectiva de esta polarización” (Girard, 1986, p. 28). Remonté se convirtió en esta figura porque su reclamación no existe en los registros históricos antes o durante la intervención francesa. A este hombre se le vinculó con los pasteles dada su profesión de cocinero, oficio que continuó practicando en la década de 1850 y que no necesariamente se liga a la repostería. Remonté se convirtió en el “chivo expiatorio” de la prensa, en el depósito de los señalamientos de los mexicanos que veían en los pasteles no una indemnización, sino el reflejo de la ambición y el supuesto oportunismo francés.
¿Por qué en las dos versiones de la reclamación aparece Tacubaya y no Tlalpan, San Ángel o Coyoacán donde también pernoctaron las tropas de Santa Anna? La respuesta posee un trasfondo histórico relacionado con una fricción diplomática. En 1834, el barón Deffaudis arribó a Tacubaya para entrevistarse con el presidente de México. Sin embargo, “no fue admitida su visita”,18 causando la molestia del barón, quien sintió un desaire a su persona, a su investidura diplomática y al mismo rey de los franceses, Luis Felipe o también llamado “Su Majestad Cristianísima”. La prensa mexicana retomó esta desavenencia diplomática para establecer la ubicación de la supuesta reclamación de los pasteles.
La presunta reclamación de los pasteles parece mezclarse con la queja de los lingotes de plata robados durante el motín de la moneda del cobre, así como el desaire que el barón Deffaudis recibió. Sugiero, entonces, que la supuesta afectación tiene un trasfondo real pero adecuado a los intereses de los mismos mexicanos. Concluyo que Remonté no sufrió tales agravios, un restaurante no resultó afectado, sino una tienda; los pasteles no fueron robados por los connacionales, sino unos lingotes de plata; los oficiales del ejército mexicano no eran los victimarios, sino los sectores populares; Tacubaya no fue el lugar de los hechos y la reclamación no se hizo en 1832, sino hasta 1837. En la memoria connacional estaba fresca la búsqueda de indemnización de “El Tocador de las Damas” y propongo que este hecho fue retomado y transformado por la prensa para deslegitimar la intervención francesa.
Si la reclamación no se hizo durante la primera guerra entre México y Francia, ¿Por qué los galos invadieron México si no había pasteles que cobrar? Ciertamente, las tropas de la monarquía francesa no cruzarían el océano Atlántico para invadir un país tan lejano como México por una reclamación inexistente. Debería resultar absurdo para los políticos europeos. El vizconde Stanford, de la cámara de los lores de Inglaterra, comunicó al pleno la molestia francesa con México y retomó la anécdota del pastelero quien reclamaba sus sabrosos postres. La reacción de los presentes fue unánime, “risas” (El Cosmopolita, 3 de noviembre de 1838).
Entonces ¿Por qué los franceses invadieron México?, Josefina Zoraida Vázquez (2010) señala que José María Cuevas, designado para tratar el arreglo con Francia, ofreció pagar la indemnización de las reclamaciones ($600 000). El almirante Charles Baudin también solicitó firmar “un tratado con derecho de comercio al menudeo” que el gobierno mexicano rechazó. La autora determina que “las reclamaciones habían pasado a un segundo plano”. A esta misma conclusión llegó Aquino (1997). Penot (1975) también afirma que Francia buscaba un tratado comercial favorable a sus intereses comerciales. Los ultrajes sufridos por sus súbditos eran “meros pretextos”. Barker (1979) presenta una visión equilibrada entre reclamaciones e intereses económicos. El gobierno francés: “had finally grasped the fact that development of its commercial interests in Mexico was at least equally important as compensation of its subjects for past grievances”.19 Esposito (2021), por su parte, afirma que “la France sarebbe intervenuta militarmente in Messico principalmente per ottenere il pagamento del debito di 600 000 pesos di cui si è già detto, sperando di poter approfitare della debolezza messicana seguita agli evento bellici del 1836 per far sentire la propia presenza nei Caraibi”.20 Recientemente Estrada (2021) sostiene que, además de los intereses mercantiles, Francia defendía un modelo diplomático de Antiguo Régimen, así como restaurar la imagen del rey mancillada por la negativa mexicana de firmar un tratado con Francia.
Concuerdo con Vázquez, Penot y Aquino porque los franceses se posicionaron como el segundo socio comercial del país. Los galos exportaban libros, sardinas, textiles y vinos a los mercados mexicanos. En 1834 había 438 minoristas franceses con ganancias brutas anuales de 32.4 millones de francos y con un beneficio neto de 4 860 000 (Bernecker, 2005, p. 121). Francia deseaba proteger sus intereses comerciales a través de un tratado que garantizara su hegemonía económica en México. Aun así, las reclamaciones francesas cumplieron una función vital para legitimar la intervención en México.
Las guerras, esencialmente las invasiones, tienen dos justificaciones. Una para el público y otra para los hombres de Estado. La primera debe ser sensacionalista, para que toque las fibras más profundas del individuo común y así poder obtener su apoyo a través de donaciones, préstamos extraordinarios y el sacrificio de su vida en el campo de batalla. La segunda proyecta los beneficios económicos y territoriales que se pueden obtener con la declaración de guerra. La primera intervención francesa, así como la estadounidense (1846-1848), reflejan ambas justificaciones. Los franceses aludieron las vejaciones que sus compatriotas habían sufrido durante años. Los angloamericanos, además de emplear el mismo argumento, añadieron que México “había derramado sangre estadounidense en suelo estadounidense” (Guardino, 2017, pp. 103-104), en un territorio disputado por ambas repúblicas. Tanto la primera invasión gala como la angloamericana ofrecerían beneficios económicos y extensiones territoriales, respectivamente. Así que el 27 de noviembre de 1838 la flota francesa hizo llover una tempestad de acero sobre el fuerte de San Juan de Ulúa.
La guerra y el estudio de las mentalidades populares
David Brading (1995) define al patriotismo como el “orgullo que uno siente por su pueblo” y al nacionalismo como la “reacción frente a un desafío extranjero, sea éste cultural, económico o político, que se considera una amenaza para la integridad o la identidad nativas”. Lambert (2006) sostiene que la identidad nacional sirve para interpretar al mundo y es una estructura que delimita quienes están dentro o fuera de una comunidad proporcionando a las personas lo “what unites us, culturally, socially, and politically, and what divide us from other outside the nation”21. Partiendo de estas definiciones, los mexicanos mostraron un nacionalismo incipiente y una identidad nacional frente a la primera intervención francesa que presento en este apartado.
Mientras la marina de guerra asediaba el fuerte de San Juan de Ulúa, las clases pudientes se organizaron para auxiliar al gobierno mexicano. José Garay fundó, a finales de 1838, una junta de “auxilios para la guerra con Francia”. Bocanegra (1987) afirmó que “más de quinientos mexicanos de las clases distinguidas de la sociedad se inscribieron, trabajaron, y con toda especie de recursos auxiliaron al gobierno en las circunstancias difíciles en que se hallaba”. Prieto escribió poemas como una forma de incentivar el furor bélico de sus compatriotas:
Mexicanos, tomad el acero,
ya rimbomba en la playa el cañón:
odio eterno al francés altanero,
vengarse o morir con honor
(Prieto, 2011, p. 164).
Pero Prieto dejó la tinta para otra ocasión, ciñó las cartucheras y se alistó a un regimiento de caballería donde “estaba lo más rico y elegante de nuestra sociedad”. Ahí estuvo “respirando odio contra el proceder inicuo del gobierno francés” (Prieto, 2011, p. 164). Sucedió una cuestión similar en los sectores populares. El 30 de noviembre de 1838, el gobierno de Anastasio Bustamante declaró la guerra a Francia. Pronto “las multitudes acudían a las casas del ayuntamiento pidiendo armas y jefes que las organizasen en cuerpos voluntarios para marchar a Veracruz”, pero el gobierno, temiendo un motín como el de 1828, prefirió continuar empleando al ejército permanente (Olavarría, 1882, p. 422). Más de 6 000 efectivos fueron movilizados y enviados a Veracruz (Bustamante, 1842, p. 138). Si bien, ni Prieto ni los sectores populares entraron en combate, el alistamiento voluntario era una manifestación extraordinaria de nacionalismo e identidad nacional si consideramos que, precisamente, el reclutamiento era muy mal visto desde la época colonial (Archer, 1983, pp. 293-320; Kahle, 1997, pp. 148-212; Ceja, 2022, pp. 35-89).
La iglesia católica también se sumó a los esfuerzos defensivos desde la trinchera ideológica, pues “en estos días el venerable clero secular y regular y las personas devotas, llenando cumplidamente sus deberes, imploraban la misericordia del cielo con triduos, novenarios, exposiciones del Santísimo Sacramento” (Bustamante, 1842, p. 144). Los eclesiásticos legitimaron y respaldaron la postura defensiva del gobierno mexicano que condenó la invasión francesa. Con seguridad el clero influyó en la población, pues su posición era privilegiada en una sociedad, especialmente en los sectores populares, que veía en el extranjero una representación del Diablo, del judío y del protestantismo en un mismo ente, la trinidad del Mal (Santiago, 2021, p. 56).
El descontento de las clases populares hacia los franceses se manifestó cuando “el pueblo se juntó en mucho número para entrar a las galerías del Congreso [general] y arrancar por medio de los gritos providencias violentas contra los franceses” (Malo, 1948, p. 156). Los léperos, decía Bustamante (1842), constantemente acudían al congreso para preguntar cuándo se realizaría la expulsión de los franceses decretada por el legislativo el 1 de diciembre de 1838. ¿Qué factor aumentó el descontento de los sectores populares? Petros Pharamond Blanchard (1839), pintor e intérprete de la aventura francesa en México, afirmó que “le bas peuple, aveuglé par les déclamations journalières des prétendus patriotes Mexicains, ne voyait en nous que des conquérants ambitieux qui venaient, après trois siècles, renouveler sur un peuple civilisé, la conquête de Fernand Cortéz”.22
Retomando el trabajo de Hobsbawm (2002) sobre las tradiciones inventadas, el historiador británico las clasifica en tres tipos: las que buscan instaurar “cohesión social”, las que implantan “relaciones de autoridad” y las que tienen por objetivo la socialización. La reclamación de los pasteles entra en la primera categoría, pues esta invención pretendía identificar al enemigo a través de las risas, la sátira y la denigración del “otro” concebido como un ser oportunista, ruin y agresivo. Es así como, según Prieto, “el populacho tradujo a su modo la guerra”. En una función callejera de títeres en el teatro el “Puente Quemado” se representó:
Un espeso bosque que parece desierto; cruzan de vez en cuando chillones con cachuchas, y gesticulando horriblemente, unos monos repelentes de interminables colas: sale el Negrito, personificación de la Patria, con sus calzoneras, espada y sombrero con toquilla, tricolor… los monos, exclama: “De parte de Dios te digo que me digas qué quieres”.
-Que me pagues mis pasteles- dice el mono.
-Ven por la paga… alza entonces la bandera tricolor que ha estado oculta y cambia instantáneamente la escena; es el Castillo de San Juan de Ulúa, son nuestros soldados, y es el mar con la escuadra francesa… Se agitan las banderas, suenan tambores y clarines, y se empeña un tiroteo de cohetes esculpidores, cámaras, etc., que convierten en un caos la galera. El pueblo toma parte en el combate con una gritería de los demonios, palmadas, patadas y golpeos en bancos y palcos.
Los franceses avanzan, ya se acercan, ya apagan nuestros fuegos, ya cantan victoria. El Negrito que ha estado infatigable, embiste, mata, empuña la bandera y se abre paso hasta lo más alto de la fortaleza… Allí se arrodilla… hace la señal de la cruz y grita… ¡Ah! ¡María Santísima de Guadalupe!... El foro se ilumina entonces de luz de bengala, y entre una lluvia de oro y estrellas, en medio de las lágrimas del entusiasmo, rodeado de arcángeles, desciende la Virgen. Los monos corren, se embarran en el suelo, tiran los fusiles en medio de la rechifla; las dianas, los vítores y las palmadas. Canta la música.
¡Ay Veracruz, Veracruz!
¡Ay Veracruz infeliz,
qué susto le dio Santa Anna
al almirante Baudin!
(Prieto, 2011, pp. 166-167).23
¿Por qué la prensa y los sectores populares adoptaron los pasteles como la reclamación y dejaron de lado las ventanas quebradas? Porque satirizar unos bocadillos resultaba más atractivo para un público ávido de novedades mientras que unos vidrios rotos no atraían la misma atención. Además, los pasteles denotaban la supuesta frivolidad de los franceses, generalmente asociados con las modas, finos vinos y la alta cocina que contrastaba con un México que enfrentaba un déficit hacendario, descontento político, abundaba la vagancia y escaseaba la moneda de plata por culpa de los extranjeros, según los saqueadores del “Tocador de las Damas”.
Los mexicanos, además, utilizaron la anécdota de los pasteles para minimizar los estragos que habían hecho a los franceses en los años previos. Resultaba conveniente para ellos mofarse de una reclamación inexistente en lugar de aceptar su carácter hostil hacia los extranjeros y reconocer ofensas verbales, pillajes, desmembramientos y decapitaciones. Fueron los mismos mexicanos, y no los franceses, quienes crearon tal reclamación para ridiculizar la intervención. Y no fue la única. En Oaxaca el galo Santiago Salmon replicó contra una serie de calumnias porque: “ni he perdido ni pude perder tal cantidad [de 20 000 pesos]; ni mucho menos he pensado enriquecerme a costa de la nación mexicana por medios tan viles y reprobados, como los que se me suponen” (El Día, 21 de febrero de 1838, p. 154).
La prensa no paró de mofarse de los pasteles, de criticar las ambiciones francesas y de aumentar su desprecio hacia los galos. Sin duda, los periódicos reforzaron la idea en la sociedad de tal reclamación:
Un francés abrirá su tienda valiosa de setecientos u ochocientos pesos; cohechará a alguno para que la robe, y se presentará reclamando una suma de cuarenta mil pesos. Para satisfacer esa clase de deudas no bastan las riquezas del universo. La mala fe de muchos franceses está demostrada. Hemos visto reclamar por un par de vidrieras dos mil pesos, y una cantidad exorbitante de pasteles (El Cosmopolita, 27 de febrero de 1839, p. 4).
La prensa también temió que, con el paso del tiempo, los galos aumentaran sus pretensiones económicas y solicitudes de indemnización. Y aunque los sectores populares y algunas autoridades subalternas realizaron actos violentos contra los extranjeros antes y durante la primera intervención francesa, como observaremos más adelante, los periódicos definieron al pueblo mexicano como una víctima de la ambición francesa:
Los franceses llevarán su arrogancia hasta exigirnos humillaciones personales; nos insultarán como a seres imbéciles, y nosotros, merced a los tratados, tendremos que callar. Es verdad que la dominación española no era tan dura, los que no toleraron aquella, menos se avendrán con el nuevo sistema de opresión (El Cosmopolita, 27 de febrero de 1839, p. 4).
El miedo hacia los franceses pronto transmutó en una desconfianza general hacia otros extranjeros. Los mexicanos tendieron a representarlos con la ambición, pues llegaban al país para drenar su sangre y obtener así una rápida fortuna que les daría un meteórico ascenso social. Supuestamente el galo había inventado una nueva profesión, la del falso reclamante cuyos empleados eran los cónsules y vicecónsules de su nación quienes buscaban que el gobierno mexicano lo indemnizara por quejas ficticias:
Los extranjeros de todo el mundo nos harán grandes reclamos: todos los aventureros franceses se apresurarán a venir con pasteles, confites y pomadas: promoverán un saqueo en el que cuidarán de ser víctimas, comprarán en el décimo de su valor los efectos saqueados a los mexicanos, y después nos reclamarán cincuenta mil pesos de pasteles, sesenta mil de confites, y ochenta mil de manteca con cáscara de naranja (El Cosmopolita, 23 de enero de 1839, p. 3).
Según El Cosmopolita, las aportaciones financieras de la sociedad mexicana, así como los ingresos aduanales deberían destinarse al enriquecimiento de unos cuantos extranjeros mientras la sociedad continuaba sumergida en la miseria. La prensa respondió incitando a boicotear los comercios franceses y evitar, con tono sarcástico, el consumo de pasteles:
Será conveniente que los mexicanos no compren cosa alguna en tienda de franceses, ni tengan con ellos trato alguno de interés. Si nuestras relaciones con los súbditos de Luis Felipe, se reducen a saludos, caravanas y nada más, es seguro que no daremos margen a cuestiones de gabinete. Compremos a los ingleses, alemanes, &c., cuanto hubiere menester, para que no haya reclamo de pasteles, ni de perros muertos (El Cosmopolita, 7 de febrero de 1838, p. 4).
Los “perros muertos” eran una alusión a los franceses asesinados durante los motines. Los “monos repelentes”, la otra forma que los mexicanos se refirieron a los galos sugiere que los franceses causaban repulsión dada su diplomacia del bombardeo. La animalización del enemigo, señala León Poliakov (2016), denota características opuestas al hombre como falta de raciocinio. El filósofo y lingüista Tzvetan Todorov (2017) sostiene que el término “perro” no reconoce la calidad humana de un individuo rebajándolo así al estado de una bestia, a la cual, entonces, se le puede cazar. Para que ocurra un homicidio, resulta imprescindible que el posible victimario primero asesine en sus pensamientos al “otro” a través de la desvalorización y animalización, pues el potencial agresor se asume como un ente de razón superior que posee la facultad de aniquilar a las alimañas irracionales. Siguiendo esta tónica, regresemos a la representación teatral donde “El Negrito que ha estado infatigable, embiste, mata…”. Esta expresión artística ¿reflejó la realidad de aquellos días? Barker (1979) afirma que “no civilian French subject seems to have died as a result of the hostilities”.24
Una investigación reciente apunta que los franceses y otros extranjeros residentes en diversas partes de la república sufrieron ultrajes, robos y asesinatos. Cuatro galos fueron masacrados en Sontecomapan, Veracruz, un italiano sufrió la misma suerte en Durango y un inglés y un germano resultaron asesinados en la Costa Grande del actual estado de Guerrero (fundado en 1849), por citar algunos casos (Santiago, 2021, pp. 302 y 394-395).
Como reflexión final, cabe señalar que los mexicanos manifestaron dos mentalidades similares sobre la guerra, pero representadas de forma diferente en la práctica. Las clases acomodadas dieron aportaciones pecuniarias y literarias al conflicto. Los sectores populares agredieron física y verbalmente a los franceses y otros extranjeros al tiempo que deslegitimaban la intervención. Prieto (2011) entonces afirmó que “la guerra de Francia [era] conocida vulgarmente en el público con el nombre de la Guerra de los pasteles”. Ni los diplomáticos franceses ni mexicanos creyeron en los pasteles como una de las casus belli, solo Fossey, las clases populares y la prensa mexicana y francesa de la Ciudad de México.
Conclusiones
No hay elementos suficientes para continuar llamando “la guerra de los pasteles” a la primera intervención francesa. La narrativa xenofóbica de la prensa que influyó en las representaciones teatrales dirigidas a los sectores populares no demuestra la existencia de la reclamación de los pasteles y tampoco vinculan a Remonté con el suceso. Solo reflejan una identidad nacional herida y una forma de cuestionar la expedición francesa. Tanto los periódicos como los sectores populares encontraron en la sátira de los pasteles un elemento unificador frente a la amenaza externa, una manera de identificar la supuesta injusticia de la invasión a través de la risa, la frivolidad francesa y su ambición económica representada en su posición privilegiada en el comercio mexicano.
Si bien Remonté aparece en los registros mexicanos, ni él ni otro galo hicieron tal reclamación, razón por la cual los diplomáticos franceses no la presentaron en el cúmulo de quejas que sus compatriotas formularon entre 1821 y 1838. La marina francesa bombardeó las costas veracruzanas por intereses comerciales y la firma de un tratado que los colocara en la órbita de las naciones más favorecidas. La prensa respondió satirizando los pasteles para deslegitimar, a través de la ironía, al ataque galo. Más allá de la burla, se vislumbraba un llamado de auxilio a la sociedad mexicana, un grito desesperado por unir a las distintas facciones federalistas y centralistas que se disputaban el dominio del país pese a la amenaza francesa. La sátira de los pasteles también tenía por objeto limpiar la imagen de los propios mexicanos quienes habían cometido pillaje, homicidio y atrocidades contra los franceses antes y durante la invasión. La sociedad actual y casi todos los historiadores continúan honrando tal invención decimonónica como la prensa mexicana lo predijo:
Y los pasteles de Tacubaya se recordarán siempre,
con la toma de Ulúa
y con la satisfacción de 600 000 pesos
(El Cosmopolita, 13 de febrero de 1841, p. 3).
Archivos
AGN Archivo General de la Nación
AHD Archivo Histórico Diplomático
AHCDMX Archivo Histórico de la Ciudad de México “Carlos de Sigüenza y Góngora”
CEHM Centro de Estudios de Historia de México
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Notas
1 Agradezco las sugerencias de Brian Connaughton, Mayco Juárez y Enrique Sánchez, así como de los dos dictaminadores anónimos.
2 Claudia Patricia Pardo (2004) dudó de la viabilidad de emplear tal término, pero no reflexionó al respecto, solo remitió al lector a la obra de Francisco Bulnes que más adelante retomo.
3 Los sectores populares se encuentran en el trabajo, la producción, el intercambio comercial a pequeña escala, los campesinos y los profesionistas de poco éxito (Lida, 1997, p. 5).
4 Traducción: “Las creaciones políticas y redescubrimientos del pasado deben tener alguna raíz en la conciencia nacional, memoria histórica colectiva y cultura popular”.
5 Sobre la vida de este periódico y sus diversos nombres a lo largo de la historia, véase Coudart, 1998, pp. 103-141.
6 Traducción: “He escuchado hasta el cansancio que durante nuestras desavenencias con México, un pastelero francés exigió 30 000 pesos por unos pasteles que los soldados mexicanos habían comido sin pagar. El caso es que un restaurantero francés, llamado Remontel, fue asaltado en Tacubaya por unos malos oficiales la noche que precedió a la salida de las tropas del general Santa Anna en 1832, cuando este militar, perdiendo la esperanza de tomar la Ciudad de México, se dirigió a Puebla”.
7 Archivo General de la Nación [AGN], Cartas de seguridad, volumen 3, f. 51.
8 Traducción: “éste era el cocinero de mi barco el “Pequeño Eugenio”.
9 La colonia fracasó debido a que muchos colonos carecían de experiencia para trabajar en el campo, hubo problemas entre colonos y sus dirigentes, las autoridades mexicanas no se interesaron por ellos y proliferó la enfermedad (Meyer, 1980, pp. 6-7).
10 AHD, Embajada de México en Francia, Legajo 11, exp. 82, s/f.
11 Centro de Estudios de Historia de México [CEHM], Motín del Parián 1829-1857 (XXXVIII), “Prorrateo hecho por los Comisionados que suscriben de los 11 218 pesos a que según el valúo ascienden los efectos recogidos de Orden del Gobierno en favor de los individuos que siguen saqueados el día 4 de diciembre de 1828 en géneros de vareo, Ciudad de México, 1° de julio de 1829”, f. 1. Las reclamaciones consulares francesas sobre la indemnización nunca mencionan nombre y apellido de los afectados. AHD, Embajada de México en Francia, Legajo 11, exp. 87, s.f.
12 Archivo Histórico de la Ciudad de México “Carlos de Sigüenza y Góngora” [AHCDMX], Ayuntamiento, Actas de Cabildo ordinarias, vol. 152A, ff. 182-326 y Actas de Cabildo secretas, vol. 293A, ff. 18-24.
13 AHD, 26-12-124, s/f.
14 Recientemente se ha cuestionado que los colonos de Jicaltepec también fueron expulsados (Medina, 2024, p. 101). Sin embargo, este autor no aclaró si su salida fue voluntaria o si solicitaron la excepción de expulsión, pero les fue denegada. Además, el ostracismo fue mínimo, pues sólo diez colonos de Jicaltepec abandonaron el país mientras que el resto, 200 (sin contar los muertos por enfermedades), continuaron en México (Skerritt, 1993, p. 23). En Oaxaca sucedió un caso similar. Los antiguos colonos de Coatzacoalcos recibieron su excepción de expulsión como Fossey. AGN, Justicia, vol. 228, exp. 27, “Mathieu de Fossey al Excelentísimo Señor Gobernador del Departamento, 20 de enero de 1839, Oaxaca”, f. 126.
15 El crimen ritual consistía, según el imaginario medieval europeo, en el rapto y asesinato de un niño por los judíos durante la Pascua. La sangre del infante era empleada para amasar y hornear el pan ácimo (Meyer, 2012, p. 60).
16 El “Tocador de las Damas” se encontraba en Plateros, según documentación de la legación francesa en México. Un negocio en esa calle, que se anunció en la prensa pero que no mencionó su nombre, comunicó que ponía a disposición del público ropa fina importada de Europa y Asía. Es posible que este negocio fuera “El Tocador de las Damas” (El Fénix de la Libertad, 24 de marzo de 1834).
17 Un día después las autoridades publicaron un bando para evitar que las personas continuaran colocando pasquines (Dublán y Lozano, 1876-1912, p. 323).
18 AHD, 26-12-123, s/f.
19 Traducción: “había finalmente entendido el hecho de que el desarrollo de sus intereses comerciales en México era al menos igualmente importante como las reclamaciones”.
20 Traducción: “Francia intervino militarmente en México para obtener el pago de la indemnización de los 600 000 pesos ya mencionados, esperando aprovechar la debilidad mexicana tras los acontecimientos de 1836 [se refiere a la pérdida de Texas y] para aumentar su presencia en el Caribe”.
21 Traducción: “que nos une cultural, social y políticamente y lo que nos divide de otros fuera de nuestra nación”.
22 La legación francesa en México continuó quejándose, aun concluida la guerra, que la prensa mexicana criticaba la intervención francesa de 1839. AHD, Embajada de México en Francia, Legajo 25, exp. 290, s/f. Traducción de la cita: “El pueblo bajo, cegado por las declaraciones de algunos periodistas patriotas, no veían en nosotros más que conquistadores ambiciosos que venían, después de tres siglos, a consumar sobre un pueblo civilizado la conquista de Hernán Cortés”.
23 En la plaza de toros se representó una función similar, pero con animales. Un tigre, personificando a los franceses, y un toro, encarnando a los mexicanos, disputaron un duelo a muerte. El toro ganó y la multitud expectante gritaba “¡Viva el toro! ¡Vivan los mexicanos! ¡Mueran los franceses!” (Löwenstern, 2012, p. 119).
24 Traducción: “ningún francés parece haber muerto o sufrido hostilidades”.