La vida cotidiana entre los zapatistas, 1910-1920. Por Alejandro Rodríguez Mayoral. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa, Ediciones del Lirio, 2021, 396 p.
Edwin G. Mayoral Sánchez
Universidad de Colima
edwin_mayoral@ucol.mx
https://orcid.org/0000-0001-8819-0256
Esta obra es fruto de la tesis de Doctorado en Historia de Alejandro Rodríguez Mayoral, defendida en la Universidad de Texas en El Paso. Si bien existe historiografía que aborda la vida cotidiana durante el zapatismo (Ávila Espinosa, 2009; Rueda Smithers, 1984; Silva Cruz, 2003), este libro esclarece las experiencias del día a día de los zapatistas y pacíficos de modo pormenorizado. La mayor fortaleza de la investigación consiste en que estamos ante la historia más amplia e integrada sobre la cotidianidad de los zapatistas (1910-1920) hasta el momento. Un enfoque de esta naturaleza permite reconciliar, además, parte de los vaivenes, contrariedades y reconsideraciones de los actores que edificaron el movimiento zapatista.
El libro está meticulosamente documentado: en el entonces Distrito Federal, el autor consultó documentos en 63 instituciones (entre archivos, bibliotecas, colecciones, centros culturales, fototecas, filmotecas, hemerotecas y museos); diez archivos en el Estado de México, dos en Hidalgo, ocho en Morelos, dos en Puebla y tres en Texas. Por ejemplo, en el Archivo General de la Nación, Rodríguez Mayoral revisó a profundidad los fondos de Emiliano Zapata y de Genovevo de la O. Asimismo, el autor accedió a las entrevistas de los fondos testimoniales zapatistas en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, realizadas en los años de 1970. La narrativa de la publicación enlaza siete capítulos, además de prefacio, cronología, introducción y conclusiones. La obra cierra con un breve apéndice que contiene un posicionamiento de cómo entender la vida cotidiana -además de que clarifica el vacío existente en torno a la cotidianidad y el zapatismo- y dos composiciones de corridos zapatistas ubicados en los archivos. Los corridos certifican parte de las hazañas y biografías de los personajes ligados al movimiento.
El primer capítulo pone de relieve cómo la Revolución mexicana aumentó las penurias y perplejidades de la población. También se esboza someramente la manera en que Emiliano Zapata afloró como líder, como el “Atila del Sur”. La prensa de la época, en su mayoría, desdeñó la figura de Zapata (Avechuco Cabrera, 2020); sólo unos escasos periódicos defendieron su causa. Esas mismas publicaciones periódicas, no obstante, contribuyeron a dar forma a la causa: el 17 de agosto de 1911 apareció el término “zapatista” por primera vez en el diario católico mexicano El País. En los primeros años de rebelión, numerosas personas se vincularon con el movimiento en diferentes modalidades (muchas de ellas excluían la toma de armas). Por ejemplo, en 1911 en Morelos (donde surgió el zapatismo) la población aproximada era de 160 mil habitantes, de los cuales 50 mil fueron combatientes.
Abordar el hambre, la pobreza y la carencia de ropa es el eje central del segundo capítulo. Comer y beber es un acto rutinario por excelencia. Por ello, es adverso que en el curso de la era revolucionaria la gente se alimentaba con lo que encontraba a mano; comer carne de res o cerdo fue inusitado. Ante la carencia de maíz, en Huitzilac (Morelos) deglutieron carne de perro, gato, caballo y burro; o simplemente devoraron tortillas duras o con sal. Los zapatistas se nutrieron con los quiotes (el tallo del agave); pero también se ocultaron entre los magueyales para desorientar al enemigo. A partir de 1915, al vencer al gobierno huertista, los campesinos sembraron con mayor frecuencia cultivos de temporal: maíz, jitomate, cebolla y chile. Bebieron aguas de los charcos y en ocasiones orines de caballo, o los propios. La indigencia suscitada por la revolución es retratada, en particular en Morelos, Estado de México y algunos poblados del sur del Distrito Federal. Otro dato impresionante es que la gente usó ropa harapienta; en muchas ocasiones las personas estuvieron semidesnudas y, en casos límite, desnudas.
Las mujeres zapatistas son el núcleo del tercer capítulo. Sin duda, este apartado es una aportación relevante, ya que conocemos más sobre las mujeres en general durante la Revolución mexicana, no así de las del levantamiento zapatista. Entre 1911-1915, estas mujeres fueron más activas en la fase en que se luchó contra Francisco I. Madero y Victoriano Huerta. No obstante, muchas de ellas fueron profanadas sexualmente, incluyendo la aberración de violaciones sexuales a niñas. Tanto zapatistas como carrancistas cometieron transgresiones sexuales y secuestraron a inocentes, envalentonados por la embriaguez. Ahora, esta monografía indica el envés de la moneda. Algunas mujeres zapatistas, al gozar de poder y disponer de soldados a su ordenación -varias de las féminas guerreras obtuvieron el grado de coroneles-, acosaron a hombres de regimientos opuestos.
En esta panorámica de contrastes, Rodríguez Mayoral se decanta: argumenta que la dirigencia zapatista repudió la violencia sexual, así como refrenó el bandidaje. A los cabecillas del zapatismo les preocupó afianzar su compromiso y veracidad política como sedición. En el capítulo cuarto, de manera notoria, el autor escarba sobre las relaciones de género, visibles en el matrimonio y los amoríos lícitos e ilegales, las enfermedades sexuales, la homosexualidad y la transexualidad. Emiliano Zapata se casó con al menos cinco mujeres y procreó hijos con varias de ellas. Edgar Castro Zapata, bisnieto del Caudillo del Sur, destaca que Emiliano sostuvo relaciones sentimentales con al menos 27 mujeres (E. Castro Zapata, comunicación personal, 13 de junio de 2022). Por otra parte, en el libro se da cuenta de uno de los pocos casos identificados de transición de género (de mujer a hombre), el de Amelio Robles Ávila,1 apodado el Güero. Considerada la primera persona transgénero en el país cuyo cambio de género fue reconocido por una institución mexicana: la Secretaría de la Defensa Nacional en los años de 1970.
Las relaciones románticas consolaron los días crudos de la contienda: durante la rebelión continuaron los cortejos, el noviazgo y el adulterio. Las cartas de amor atestiguan las manifestaciones de romanticismo, pero también prueban que no toda la población sabía leer y escribir. Sin embargo, la empatía fue una dama: algunas personas siempre socorrieron a los enamorados a leer sus mensajes de amor o a redactarlos. Al mismo tiempo que se gestaban dichos vínculos de dulzura, los reportes médicos informan la detección de chancro blando, gonorrea y sífilis en un sinnúmero de insurgentes, a causa de encuentros sexuales casuales. Rodríguez Mayoral nos habla sobre la suerte de los niños y adolescentes durante el tiempo zapatista en el quinto capítulo. Cabe subrayar que este fue otro tema que estuvo guardado en las cajas de los archivos.
Lo que tuvieron en común aquellos niños y adolescentes en el zapatismo fue la pobreza y los trabajos extenuantes. El funcionamiento de las escuelas quedó estropeado, lo que afectó sobre todo a la niñez. Un testigo que recupera el autor recalcó que crecieron analfabetas, “les tocó la chinga”. Igualmente, Rodríguez Mayoral formula que conocemos muy poco sobre las diversiones y juegos que la niñez disfrutó durante el zapatismo. Por ello, el capítulo sexto aborda las diversiones y el uso del tiempo libre. Se ilustran los bailes, ferias, juegos (la baraja, por ejemplo), corridas de toros, peleas de gallos y convivios en pulquerías y cantinas. En este sentido, los zapatistas fue un grupo tan plural que entre sus filas también estaban los cantineros.
El séptimo capítulo explora diferentes cuestiones que quedaron disgregadas en los apartados previos. Entreverar la guerra y la vida ordinaria comportó para el autor abordar de manera disímil algunos temas que surgieron de las fuentes documentales: el armamento, las enfermedades y las dificultades para atenderlas por los médicos, los combates, la organización y estrategia militar y el trauma psicológico. Aun cuando se percibió que los zapatistas fueron valientes, el miedo a morir fue una experiencia de lo más común. Para sortear este sentimiento, de forma habitual consumieron bebidas alcohólicas y exclamaron mensajes de aliento para buscar el temple.
Hay un sinfín de datos curiosos en todo el libro, tanto en el cuerpo del texto como en las notas al pie de página, que merece la pena considerar. Uno de estos es indagar acerca de si los zapatistas operaron ferrocarriles entre 1911 y 1915: se desconoce mucho sobre ello. Algunos apuntes son anecdóticos para el autor. Los zapatistas usaron un cuerno de res conocido como “canjilón” para mantenerse comunicados a una distancia considerable -Rodríguez Mayoral aprendió a usar y escuchar el canjilón gracias a un campesino-. La vida cotidiana entre los zapatistas, 1910-1920 es la primera investigación histórica que analiza la cotidianidad de los zapatistas con una hondura que desconocíamos. Alejandro Rodríguez Mayoral nos insta a imaginar y matizar de otra manera el conflicto armado en la época zapatista.
Bibliografía
AVECHUCO CABRERA, D. (2020). Construyendo al Atila del Sur: iconografía de El Imparcial sobre el zapatismo.
ÁVILA ESPINOSA, F. A. (2009). El zapatismo, una visión desde abajo y desde dentro. En Zapatismo: origen e historia (pp. 301-340). Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.
RUEDA SMITHERS, S. (1984). La dinámica interna del zapatismo: consideraciones para el estudio de la cotidianeidad campesina en el área zapatista. En H. Crespo (Coord.), Morelos: cinco siglos de historia regional (pp. 225-249). Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en México, Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
SILVA CRUZ, E. (2003). La vida cotidiana del zapatismo en la 1ra. zona de guerra: Huautla, Morelos, 1910-1919 [Tesis de licenciatura no publicada]. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Notas
1 El nombre de nacimiento de Amelio fue Malaquías Amelia de Jesús Robles Ávila.