Matthew Butler, Devoción y disidencia. Religión popular, identidad política y rebelión cristera en Michoacán, 1927-1929, México, El Colegio de Michoacán, Fideicomiso Felipe Teixidor y Montserrat Alfau de Teixidor, 2013, 382 p., isbn 978-607-8257-36-2


María del Carmen Collado

instituto mora, CCollado@institutomora.edu.mx


Para fortuna del lector hispano tenemos ahora la versión en español de un espléndido trabajo realizado por el historiador mexicanista británico Matthew Butler y publicado en inglés en 2004, intitulado Devoción y disidencia. Religión popular, identidad política y rebelión cristera en Michoacán, 1927-1929. Gracias al interés de El Colegio de Michoacán esta obra fue traducida al español y publicada en 2013.

Se trata de un libro que pone al día el carácter regional de la guerra cristera, indagando en una región clave del estado de Michoacán, la zona oriente, que tuvo una participación compleja y diversificada en este movimiento. La minuciosidad en la descripción de los actores regionales, sus identidades políticas y sus formas de religiosidad resulta avasallante, pero no por abordar el fragmento, se pierde la visión de conjunto. Se podría decir que este libro es una especie de tapiz flamenco donde se puede apreciar el detalle más minúsculo y a la vez admirar el panorama general.

Como bien señala el autor, una de las bases de este texto se encuentra en la historia cultural de la religiosidad. No obstante, ello no implica que él haya caído en un determinismo culturalista, pues la riqueza del enfoque también atiende a los aspectos económicos y políticos que incidieron en las identidades que se fueron forjando en la zona oriente de Michoacán. Así, se incluyen las diversas formas de propiedad que se dieron en la región, la raigambre étnica, la presencia de liberales o conservadores y sus respectivas visiones sobre lo que debía ser el Estado y muchos otros asuntos que rebasan el ámbito de las creencias.

La obra inicia con la presentación de la historia del oriente michoacano, donde se pueden advertir diferencias históricas desde la conquista, la colonización y el siglo xix que conformaron a dos zonas vecinas con distintas experiencias que derivaron en formas de religiosidad e identidades políticas divergentes. Sobre esta experiencia pasada se fundaron sociedades que reaccionaron de manera diversa y opuesta durante las transiciones que sufrió el país.

Butler seleccionó una región del estado en la que existe una diversidad étnica, política, religiosa y cultural muy rica. La zona alteña, que alberga a los municipios de Zinapécuaro, Maravatío y Ciudad Hidalgo, entre los más importantes, se ha distinguido por ser más proclive al conservadurismo del siglo xix, por estar constituida, sobre todo, por mestizos, rancheros, y caracterizada por la presencia de una Iglesia católica fuerte y una religiosidad sacramental muy dependiente de la presencia del clero. De tal suerte que se identifica con un pensamiento más tradicionalista, apegado a la cosmovisión católica promovida por la Iglesia y por una actitud levantisca frente a las iniciativas secularizadores del Estado mexicano en los siglos xix y xx. Por su parte, la zona sur, integrada por Zitácuaro, Ocampo y Tuzantla y su región de influencia, se ha distinguido por tener hablantes de lengua indígena otomí y mazateca, por la presencia de haciendas que se beneficiaron de las leyes de Reforma para crecer, en ocasiones, a costa de las tierras comunales, por la presencia de una elite de raigambre liberal, la penetración del protestantismo, por una religiosidad popular marianista, cultos sincréticos, menor presencia clerical y porque la escuela rural y la reforma agraria encontraron un campo propicio para florecer. El sur, que colinda con la tierra caliente, simpatizó más con las reformas posrevolucionarias y abrazó una postura más moderna, en contraposición al tradicionalismo norteño, en el sentido de que aceptó el proyecto de Estado laico promovido por estos gobiernos.

La dualidad zona alteña y sur presentan una dicotomía que en la primera se proyectó en el apoyo al movimiento cristero y en la segunda en un respaldo al agrarismo gubernamental. Ahora bien, esta mirada de conjunto no impide que el autor incursione en las especificidades que presentaron algunos pueblos o actores en ciertos momentos, que desmienten o apuntalan la mirada general, así como una religiosidad popular e institucional cambiante y dinámica, un tanto difícil de enmarcar.

Matthew Butler nos presenta en este libro la historia de dos grupos rurales, campesinos que tuvieron visiones y actuaciones encontradas en el oriente michoacano. Los alteños que optaron por la doctrina social de la Iglesia, con una cultura levítica que apoyaba una reforma agraria basada en la compra de tierra a los hacendados y los de la zona sur que respaldaron la visión agrarista revolucionaria, que impulsó una reforma agraria en la que el Estado expropió las haciendas para dotar a las comunidades y pueblos. Para los primeros era moralmente inaceptable la expropiación, para los segundos ésta era un asunto de justicia.

En la zona elegida para la investigación se confrontaron dos formas de misionerismo con proyectos contrapuestos, el de la Iglesia católica apostólica y romana, que enarboló la doctrina social católica, y el educativo rural del Estado, que descansaba en los misioneros culturales, fundadores de escuelas rurales intrínsecamente asociadas con la reforma agraria. En esta fracción del territorio michoacano se vivió con intensidad el conflicto entre dos poderes, el de una Iglesia que luchaba por recuperar la potestad que la Revolución le había arrancado y el predominio de sus creencias religiosas entre la población y un Estado que buscaba construirse como un ente laico, con ciudadanos leales, forjados con los valores revolucionarios a través de la educación. Se trataba de dos entidades aún débiles, con proyectos que competían por obtener la lealtad de una feligresía o de una clientela política hacia la tercera década del siglo xx. En el caso de la Iglesia mexicana porque recién se integraba al país, luego del exilio que sufrió durante la Revolución la parte más significativa del episcopado y algunos sacerdotes perseguidos. Se trataba de una Iglesia que luchaba por restablecer su poder temporal y espiritual frente al avance de la secularización promovida por la Constitución de 1917. Por su parte, el Estado era aún débil frente a la fuerza centrífuga de los poderes regionales del México de la posrevolución, y frente a la restauración del culto y el rechazo que provocó la implantación de las reformas a la educación, el anticlericalismo y la reforma agraria entre la Iglesia católica y parte de los seglares.

Este microcosmos elegido para la investigación bien puede ser representativo de lo que sucedió en otras regiones como los Altos de Jalisco y la zona sur de este estado, o en San José de Gracia y Mazamitla, donde se repitió esta polaridad durante la guerra cristera, pero para comprobarlo, nos advierte el autor, hacen falta más investigaciones que pongan el acento en el aspecto local de la guerra cristera.

Las importantes contribuciones historiográficas de este libro derivan del trabajo minucioso del autor y de su capacidad interpretativa, del cuidado en el uso del lenguaje para no repetir vocablos cargados de significado en la época como fanáticos, por ejemplo, y porque opta por describir, antes que nombrar lo sucedido, para dejar que sea el lector quien forme sus propias conclusiones. Además de esta cuidadosa narrativa que nos lleva de la mano por los meandros de esta compleja historia, su libro refleja el tipo de fuentes en las que fundamentó esta historia. Además de los archivos nacionales consabidos como el agn o el Fideicomiso Calles-Torreblanca y el Archivo de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, hurgó en archivos personales de cristeros, en el Archivo del Arzobispado, de la Defensa Nacional, el Archivo de la sep, en archivos locales michoacanos como el de la Casa de Morelos, el Judicial, el de Notarías, el Registro Público, archivos del arzobispado, del obispado de Tacámbaro, archivos parroquiales y el archivo del Museo Cristero de Jalisco, más de una treintena de entrevistas de historia oral, en periódicos locales y nacionales, en fuentes publicadas y en una amplísima bibliografía secundaria. Este monumental trabajo en fuentes primarias se condensa en el libro que ahora se ofrece al lector.

La obra también cuenta con un mapa y fotografías provenientes de diversos archivos que nos permiten ubicar espacialmente la zona estudiada y nos muestran los rostros de los hombres y las mujeres que participaron o simpatizaron con la guerra cristera. Está dividida en seis capítulos más la introducción y conclusiones de rigor.

En la introducción se discute el papel de la religión en la guerra cristera, se revisan las posturas historiográficas en torno a este fenómeno social, tanto las de quienes lo exaltan como aquellas que lo condenan y aboga por una concepción de la religión cambiante y diversa que también se manifiesta en formas de religiosidad múltiples y dinámicas. El primer capítulo presenta la historia del oriente michoacano desde la conquista hasta el periodo revolucionario; pasado en el que se sumergen las raíces de dos identidades distintas y contrapuestas: la alteña y la sureña. El capítulo segundo aborda el agrarismo en las dos subregiones estudiadas, permite apreciar las diferencias en las formas de propiedad, la influencia del catolicismo y de los líderes agraristas y presenta cómo la reforma agraria más profunda se llevó a cabo en la zona sureña, donde por supuesto la lealtad de buena parte de los campesinos estaba con el gobierno posrevolucionario. El tercer capítulo refiere el papel de la educación rural, la influencia de la sep, el carácter misionero que tuvo ésta y la asociación que existió entre reforma agraria y educación. Se aprecia que mientras en la zona alteña no fue bien recibida y en varias oportunidades los campesinos dejaron de mandar a sus hijos a las escuelas, en la zona sur sí logró implantarse. El cuarto capítulo analiza la presencia del catolicismo, el protestantismo y el marianismo en las dos subregiones. El siguiente capítulo se dedica a la guerra cristera y a la persecución religiosa que vivieron en la zona alteña, donde las ceremonias católicas salieron de los templos para ubicarse en otros lugares a consecuencia del decreto de suspensión de cultos ordenado por la Iglesia y el gobierno estaba reduciendo drásticamente el número de sacerdotes y religiosos. Asimismo, se aprecia la poca colaboración de los líderes de la región sureña para la celebración de los ritos católicos fuera de los templos y la persecución que sufrieron algunos católicos que, en ocasiones, se profundizó al mezclarse con otro tipo de conflictos políticos locales. El último capítulo está dedicado a los avatares de la guerra cristera en el oriente michoacano. Las conclusiones retoman los hallazgos encontrados a lo largo de la investigación que fundamentan la polaridad que se vivió en esta región y las especificidades de cada uno de los momentos y aspectos estudiados.

Se trata en suma de un trabajo importante para conocer la diversidad política y de culturas e identidades religiosas en el microcosmos del oriente michoacano, que profundiza en los aspectos institucionales y populares que revistió la religiosidad en esta región durante la década de 1920 y que nos presenta una explicación que podría replicarse en otras zonas del país. El libro pone de relieve la importancia que los aspectos locales y regionales tienen en la historia y se une a la ya amplia serie de títulos centrados en los aspectos regionales del devenir mexicano.