Jaime Aurell, Catalina Balmaceda, Peter Burke y Felipe Soza, Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento histórico, Madrid, Akal, 2013, 492 p., isbn 978-84-460-3727-9



Juan Pío Martínez

universidad de guadalajara, centro universitario de los lagos, juanpiomtz@hotmail.com


La historia es uno de los asuntos humanos más acuciantes, pues, en su doble cualidad tanto ontológica como epistemológica se da tanto la convergencia como la divergencia. Si ontológicamente la historia sigue un curso “natural” forjado por las cambiantes relaciones humanas, epistemológicamente la historia trata dar cuenta de dichos cambios, o de las continuidades, según sea el caso. La primera cualidad tiene lugar indefectiblemente; es resultado del paso del tiempo desde el surgimiento de la humanidad hasta el momento presente, independientemente de si suceden hechos memorables y grandiosos o no. En la segunda cualidad se trata de una recreación del pasado; es una historia escrita –también denominada como historiografía–, por individuos que reconstruyen el “hecho histórico” basados en una diversidad de fuentes con la pretensión de dar cuenta de la realidad pasada.

Esta segunda cualidad nos permite entonces hablar de una historia o historiografía como producto histórico, de una historia de la historia que se remonta al siglo v antes de nuestra era y de la cual se ha escrito profusamente.1 En esa dinámica ha visto la luz un estudio que merece una atención especial. Se trata del libro que de manera colectiva han publicado Jaume Aurell, Catalina Balmaceda, Peter Burke y Felipe Soza bajo el título Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento histórico. La importancia de este libro estriba no sólo en su novedad, sino que entre los libros más actuales que tratan esos temas, como el de A history of histories, del inglés John Burrow (2007), A global history of history, del canadiense Daniel Woolf (2011) o la obra conjunta Oxford history of historical writtings (2011-2012), citados por Aurell y sus colegas en la introducción de su propia obra, Comprender el pasado es una obra escrita “para una audiencia básicamente de habla hispana y portuguesa”, como ellos mismos explican (p. 6). Ese objetivo lo cumplieron escribiendo el texto en español y dedicando el último capítulo, el nueve, a “La historiografía latinoamericana”, a cargo de Felipe Soza.

Otras peculiaridades caracterizan a Comprender el pasado. Una de ellas es un trabajo que analiza los periodos históricos desde la antigüedad clásica hasta el presente a partir de la perspectiva de la discusión académica actual entre los historiadores, lo que le permite al autor en turno discutir interpretaciones anteriores y proponer nuevas formas de entender el desarrollo historiográfico. Ejemplo de lo anterior es la contribución de Jaime Aurell sobre “la historiografía medieval: siglos ix-xv” (capítulo 3) al recordarnos que las actuales tendencias historiográficas han contribuido a renovar el interés en esta historia, pues “privilegian lo narrativo sobre lo analítico y no reducen su interpretación a las categorías de lo verdadero y lo falso, sino que las enriquecen con las de objetivo/subjetivo y realidad/ficción” (p. 96). De hecho, ésta es otra peculiaridad, pues, en buena medida podría considerarse este planteamiento como una especie de declaración de principios acerca de la postura académica –incluso ideológica aunque no lo asuman abiertamente– que los autores han decidido adoptar ante el quehacer historiográfico.

Esa es la impresión que dejan Jaime Aurell y Peter Burke desde que tratan en el capítulo siete lo que llamaron “de entresiglos a la década de los setenta: la reacción frente al positivismo”, en el que empiezan señalando que a partir de las décadas de 1970 y 1980, el historicismo, la Escuela de Annales y el materialismo histórico “colapsaron” como consecuencia del surgimiento del “giro lingüístico” y del “posmodernismo”, corrientes que al surgir propiciaron que hayan “perdido su notoriedad” las corrientes antes citadas (p. 237). Llama la atención que califiquen al posmodernismo como una corriente, porque ellos mismos reconocen en otro momento que no es “una verdadera y propia corriente historiográfica” (p. 289). Como sea, al encargarse los mismos Aurell y Burke del siguiente capítulo, el ocho, en el que abordan el tema de “las tendencias recientes: del giro lingüístico a las historias alternativas”, insisten de nuevo en que a partir de los setenta los paradigmas dominantes desde la segunda guerra mundial (el cuantitativismo, el marxismo y el estructuralismo) “fueron barridos” y sustituidos “por otras tendencias y metodologías más acordes con los nuevos tiempos y los nuevos valores dominantes en la sociedad” (p. 287). En ese contexto, agregan, para los ochenta “la crisis del materialismo histórico era evidente, como lo era la de los anacrónicos regímenes todavía sustentados por la ideología marxista” (p. 295). Para estos autores, lo propio de la nueva propuesta es lo que se denomina “nueva historia narrativa”, esa que tiende a una ordenación descriptiva antes que analítica e interpretativa, y que concede prioridad al hombre sobre sus circunstancias. Se trata como en la época decimonónica de convertir la historia en arte sin dejar de ser ciencia (p. 308).

Curiosamente son las circunstancias, políticas en este caso, las que inducen a Felipe Soza a encontrar las razones por las que en Cuba ha pervivido “con mayor fuerza” “el materialismo histórico como herramienta analítica y la historiografía marxista” (p. 426). Una continuidad excepcional, dice, si tenemos en cuenta que no sólo en Europa y en Estados Unidos, sino también en Latinoamérica desde la década de 1980, “se ha venido dando un progresivo abandono de las tendencias marxistas y estructuralistas, abriendo la puerta a la recepción de prácticas ligadas a la antropología, a la crítica literaria y al estudio de lo que se ha llamado las comunidades subalternas” (p. 430).

Indudablemente, Comprender el pasado puede desde ya ser una obra considerada de consulta imprescindible para los estudiosos de la historia de la historia. Sin embargo, con todo y valorar las enormes dificultades que puede presentar el intento de compilar tan amplio universo de obras y autores desde la antigüedad clásica hasta nuestro días, dando cuenta de teorías y métodos, temas, fuentes, contextos históricos, etcétera, no pueden dejar de notarse ausencias inexplicables. Así, por ejemplo, al referirse a la historia de las mentalidades y aludir a George Duby, uno de sus principales exponentes, ni siquiera se menciona su más importante aportación al respecto, que fue el artículo publicado en 1961 con ese título precisamente: Historia de las mentalidades, en el que explica los presupuestos teóricos y metodológicos de esta corriente (cfr. pp. 264-268). Pareciera que Aurell y Burke están más interesados en demostrar que es una corriente fenecida y superada, por lo que no sólo dan por sentado que la historia de las mentalidades ha dejado de tener influencia, sino que en realidad la tuvo muy poca fuera de Francia (p. 306).

Lo interesante es que la cuestión no es tan simple como tratan de convencer, pues en España es una corriente con gran presencia.2 Tampoco es tan simple pretender además dar por clausurado el uso de métodos como el propuesto por el marxismo. En esta insistencia, los autores de Comprender el pasado parecen más bien resueltos a que la historia –léase historiografía– cumpla su papel como legitimadora de las circunstancias socioeconómicas y políticas actuales. No por nada Felipe Soza puede fácilmente decir que a pesar “de los quiebres institucionales, de las inestabilidades y de las dictaduras de la segunda mitad del siglo, la democratización de la política y la cultura, así como el acceso de gran parte de la población a múltiples bienes de todo tipo, ha sido una de las marcas distintivas de este último momento” (p. 420). Es decir, se da por sentado que la vida bajo el capitalismo es la más adecuada para la humanidad pues las posibilidades del consumismo llegan a sectores sociales cada vez más amplios. Sin embargo, la crítica al capitalismo es una tarea ineludible, y la teoría marxista para ello una herramienta imprescindible.3

A ese tipo de reflexiones nos referimos al principio al decir que la historia es uno de los problemas más acuciantes de la humanidad. Falta discutir el sentido de la historia en tanto que disciplina científica para definir el rumbo de la historia en tanto ontología. Por ello de los capítulos de Comprender el pasado no mencionados antes en esta reseña: el uno, “La antigüedad clásica: Grecia y Roma” (Catalina Balmaceda); el dos, “La antigüedad tardía: la historiografía cristiana y bizantina” (Catalina Balmaceda); el cuatro, “Del Renacimiento a la Ilustración” (Peter Burke); el cinco, “Más allá del Occidente: islam y China” (Peter Burke); y el seis, “El siglo de la historia: historicismo, romanticismo, positivismo” (Jaime Aurell, Peter Burke), retomamos del cinco una última reflexión. Cuando Burke concluye que las tradiciones historiográficas china, árabe y occidental, fueron hegemónicas en su momento, y se pregunta: “¿Habrá una cuarta”? (p. 196) la respuesta tendría que ser que sí, la historiografía desde el Sur, según entiende el Sur Boaventura de Souza Santos.4



1 Para una bibliografía selecta al respecto véase Luis González, El oficio de historiar, Zamora, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1988, 245-251.

2 Domingo González Lopo, por ejemplo, afirma que las diversas formas de nombrar las corrientes historiográficas desde el surgimiento del giro lingüístico y el giro cultural, en el fondo conducen a una logomaquia que contempla en realidad formas similares de enfrentar la recreación de los hechos pasados. Véase al respecto su artículo, “Historia de las mentalidades. Evolución historiográfica de un concepto complejo y polémico”, en Obradorio de Historia Moderna, núm. 11, 2002, 135-190.

3 Cfr. Atilio A. Boron, Javier Amadeo y Sabrina González, comps., La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de las Ciencias Sociales, 2006; Eduardo Sartelli, La cajita infeliz. Un viaje marxista a través del capitalismo, Madrid, Akal, 2014.

4 Véase Boaventura de Souza Santos, Una epistemología del sur. La reinvención del conocimiento y la emancipación social, México, clacso y Siglo XXI, 2009.