Alan Knight, La revolución cósmica. Utopías, regiones y resultados. México 1910-1940, México, Fondo de Cultura Económica, 2015, 196 p., ISBN 978-607-16-3222-7


Omar Fabián González Salinas

universidad michoacana de san nicolás de hidalgo, Omaruccio_fgs@hotmail.com


Se trata de una obra que reúne cinco ensayos de autoría de Alan Knight en los que se presentan una serie de reflexiones sobre el proceso revolucionario vivido en México entre 1910 y 1940 (Una cronología que Knight justifica en las páginas 19-25).

En el primer capítulo, “Revisionismo, antirrevisionismo y política. ¿Hay espacio para una nueva interpretación de la Revolución mexicana?”, Alan Knight explica cómo las corrientes historiográficas revisionistas y posrevisionistas comenzaron a aplicar nuevos enfoques –como el regional– y conceptos –identidad, etnicidad, género, entre otros– que hicieron emerger la historia de las regiones, de los procesos y de los sectores sociales que antes no figuraban en la historiografía de la Revolución mexicana. Mostraron también que las clases subalternas no eran homogéneas al interior; por el contrario, tuvieron sus variables y una capacidad tanto para resistir como para negociar con un Estado cuyo poder podía encontrar el éxito o el fracaso en su cotidiana interacción con la población. Como bien refiere Knight, no sólo los intereses académicos motivaron estas corrientes, pues, en el caso de los revisionistas, éstos tuvieron como motor el descontento político que los motivó a “exponer cuándo y cómo había ocurrido la caída del hombre revolucionario” y así demostrar que el régimen del pri “estaba podrido hasta el meollo” (p. 35).

Knight menciona que actualmente el uso maniqueo de la Revolución ha perdido fuerza, pues, la legitimidad del Estado mexicano parece sustentarse más en sus políticas, en el manejo de la economía y en el bienestar que otorga a la ciudadanía (pp. 46-47). Parte de la explicación a esta situación se encuentra en un aspecto que también señala el autor: la aparición de protagonistas políticos más o menos iguales (p. 47). Es decir, la transición de un sistema político de partido dominante a una partidización del Estado originó una pluralidad de discursos sobre el pasado, lo que impidió que existiera un único relato histórico hegemónico. Por otra parte, Knight duda que a corto plazo pueda darse una “nueva interpretación” de la Revolución mexicana, pues menciona que ha mermado el interés en su estudio –sin que ello indique que el tema esté agotado–. Pero quizás habría que reparar en que si el análisis de la historia es motivado por las condiciones del presente, entonces las adversidades del futuro podrán generar un renovado interés –académico y político– en este hecho histórico.

Considero importante resaltar dos ideas más de este capítulo. Primero, el énfasis que pone Knight en señalar que antes de estudiar la Revolución es necesario tener una claridad conceptual y cronológica sobre lo que estamos buscando. En segundo lugar, la advertencia sobre el riesgo de pensar que todo acontecimiento posterior a 1910 fue producto de la Revolución y, por tanto, se le estudie como parte de ésta.

El siguiente capítulo, “Nación, región y patria chica en la Revolución mexicana”, es una reivindicación del potencial que tiene la historia regional para el estudio de la Revolución mexicana. A partir de una sugerente tipología de modelos regionales (regiones políticas, económicas, culturales; con dimensiones macro o micro y distinguiendo entre la región y el regionalismo, entendido éste como conciencia geográfica: sentimiento de solidaridad o de antagonismo frente a quienes no son parte de la región) Knight propone que es factible y aconsejable estudiar el proceso revolucionario desde su diversidad y sin caer en la desfasada idea de la Revolución monolítica. Para ejemplificar esto, señala que las diferentes zonas del país desarrollaron distintos niveles de desigualdad, descontento y oposición, pero finalmente fueron las variantes (militares, económicas, de frontera con Estados Unidos, débil presencial del aparato estatal, etcétera) de cada región las que condicionaron distintos grados de rebelión –o su inexistencia–. Menciona también que en lo que respecta al periodo de 1920 a 1940, el complejo mosaico de regiones provocó que el agrarismo y anticlericalismo encontraran distintos niveles de aceptación u oposición a lo largo y ancho del país.

Knight también sugiere que el estudio de las regiones y personajes, que resistieron ante los embates centralizadores del nuevo aparato estatal, es una de las claves para matizar la todavía arraigada idea del Estado mexicano como gran Leviatán que hizo y deshizo a su antojo en cada rincón del país (pp. 72, 78-79).

En el capítulo tercero, “El utopismo y la Revolución mexicana”, Alan Knight se muestra algo escéptico sobre la existencia de algún componente utópico en la complejidad de la Revolución. En aras, dice él, de no devaluar el concepto de utopía, va descartando la posibilidad de ver algún proyecto utopista entre los distintos periodos, personajes y movimientos que formaron parte del movimiento revolucionario. Llega a la conclusión de que sólo el anticlericalismo y su contraparte, el férreo catolicismo, pudieron formar utopías en nivel macro (“república jacobina” / “piadosa teocracia”) y micro (ejidos / comunidad sinarquista de Santa María Auxiliadora en Baja California).

Aunque Knight es convincente en sus argumentos, me parece que el utopismo que ve en el anticlericalismo revolucionario debería enmarcarse en otro proyecto utópico más ambicioso y que el autor conoce bien;1 me refiero al programa cultural revolucionario que abrazó tanto al anticlericalismo, como al nacionalismo y al “desarrollismo”, y que buscó una transformación radical para formar un “hombre nuevo” con valores de nacionalidad, ciudadanía, higiene, sobriedad, trabajo duro y de laicismo. Programa que también tuvo sus instituciones, rituales, expresiones culturales y movilizó a importantes contingentes de profesores que fungieron como agentes del Estado.

Creo también que no pocas discusiones podrá generar su conclusión en la que señala que en términos de comparación de resultados globales, era mejor nacer en el México de 1917, “sitio de la reforma pragmática, ‘poco sistemática’, que en la Rusia soviética, donde ocurrió un gran experimento utópico” (p. 115).

En el cuarto capítulo, “La revolución cósmica: la Revolución mexicana en su contexto comparativo internacional”, se estudia la Revolución mexicana en un marco de comparación con otras experiencias revolucionarias (Revolución francesa, china, rusa y cubana). Para tal efecto, Knight argumenta que estos procesos comparten la característica de haber sido grandes revoluciones sociales que abarcaron voluntades personales por metas que implicaron lucha sociopolítica y resul­tados a gran escala (pp. 120-124).

Es este el capítulo del cual se desprende el título principal del libro. Knight nombra a la Revolución mexicana como la “revolución cósmica”, en alusión al ideario de Vasconcelos, pues señala que al igual que el mítico mexicano que el “Ulises criollo” concibió era un híbrido, la Revolución también fue híbrida en el sentido de que desarrolló cuatro procesos (reformismo liberal-democrático, movilización campesina descentralizada y “tradicional”, un proyecto jacobino que arremetió contra la Iglesia y un colectivismo socialista aunado a una dirección estatal de la economía) que guardaban cierta afinidad con los ocurridos en otras revoluciones (pp. 163-164). Pero deja claro que pese a las similitudes, estos procesos desarrollaron sus propias particularidades en cada país. De hecho, el capítulo no pretende establecer un modelo de interpretación que se aplique a toda revolución, por el contrario, se enfoca en encontrar las diferencias y similitudes entre experiencias revolucionarias.

El último ensayo, “¿Fue un éxito la Revolución mexicana?”, presenta un balance sobre el éxito o fracaso de la Revolución mexicana; un tema escabroso que fácilmente puede implicar prejuicios ideológicos o morales, pero que Alan Knight sortea hábilmente al partir de dos interesantes puntos referenciales. Primero, mediante una evaluación de la experiencia revolucionaria bajo un criterio técnico y objetivo; esto es que la Revolución fue exitosa en el sentido de que sobrevivió, pues no sucumbió ante levantamientos contrarrevolucionarios o presiones externas (pp. 166-167). En segundo lugar, evalúa el éxito de la Revolución en términos de las metas (liberalismo democrático, agrarismo, autonomismo, laborismo y desarrollismo) de los propios revolucionarios. De estos objetivos Knight argumenta cuáles fracasaron y cuáles tuvieron mediano o amplio éxito. Concluye mencionando que la Revolución tuvo mayor grado de éxito que de fracaso, ya que a pesar del costo de vidas humanas, la destrucción vino seguida de una reconstrucción que trajo beneficios reales que no hubieran sido posibles sin la experiencia revolucionaria.

Por último, es de reconocerse que en todos los capítulos Alan Knight penetra en su objeto de estudio armado con un repertorio teórico, que es ejemplo de la incesante necesidad de saber escoger y aplicar métodos y conceptos para realmente hacer un análisis del hecho histórico y no una simple descripción cronológica. Destaca también su estilo propositivo y su constante –necesario también– debate con los historiadores que previamente han abordado el tema que le ocupa. La Revolución cósmica es un importante referente para estudiosos de la Revolución mexicana, para aquellos interesados en conocer el lugar que ésta ocupa en el mundo de las revoluciones, así como para quienes quieran comprender la importancia que guarda para entender el México contemporáneo.



1 Véanse los estudios de Knight “La cultura popular y el Estado revolucionario en México, 1910-1940” y “Proyecto revolucionario, pueblo recalcitrante: México, 1910-1940”, ambos publicados en Alan Knight, Repensar la Revolución mexicana, México, El Colegio de México, t. i, 2013.