Martín M. Checa-Artasu, Armando García Chiang, Paula Soto Villagrán, Pere Sunyer Martín, coords. Paisaje y territorio. Articulaciones teóricas y empíricas. México: UAM-Iztapalapa y Tirant Humanidades, 2014, 423 p., ISBN 978-841-606-247-8 / ISBN 978-84-16349-08-1


Patricia Gerez Fernández

inbioteca-universidad veracruzana, pgerez@gmail.com


Como bien señala Pere Sunyer en la introducción, el paisaje no es un tema exclusivo de los geógrafos, si bien, la Geografía ha desarrollado métodos para abordarlo como objeto de estudio. En el paisaje, a través de su estudio, se encuentran y enriquecen diversas disciplinas de las ciencias físicas, biológicas y sociales, en incluso artísticas, lo que se expresa con claridad en el contenido de este libro.

Paisaje y territorio es un libro con una estructura muy bien equilibrada: una primera sección teórica, “El paisaje desde la Geografía”, donde se presentan tres capítulos; una segunda sección, “Miradas al paisaje desde otras geografías”, contiene cuatro estudios de caso de varios países desde diversos enfoques y disciplinas en torno al concepto de paisaje; una tercera sección, “Miradas al paisaje desde otras disciplinas”, con dos capítulos, uno desde la literatura fantástica y otro sobre la pintura, muestran las formas de representar los paisajes en culturas y épocas diferentes; y una cuarta donde se incluyen cinco estudios de caso mexicanos. La selección de los casos es muy atinada, pues, el lector se queda con una clara idea de la amplitud y profundidad que tiene este concepto, y de su potencial para ayudarnos a comprender las complejas relaciones entre la sociedad, las fuerzas sociales y su ambiente natural circundante.

En varios capítulos del libro sus autores coinciden en enfatizar en las dos dimensiones fundamentales para comprender al paisaje: como objeto (territorio) y como sujeto (sociedad). Los temas elegidos representan de manera sobresaliente estas dos dimensiones.

Desde la geografía física, Arturo García Romero (capítulo 3) describe el paisaje como procedimiento analítico. Al estudiarlos se identifican, capa por capa, los elementos físicos estables o inmutables (geológicos, topográficos), donde se sustentan los elementos mutables de origen biológico (suelos y vegetación), y los elementos que más evolucionan: los culturales (usos del suelo, poblamiento, infraestructura). Es decir, si bien las bases físicas del paisaje son inmutables, el paisaje como tal no es estático.

El paisaje es también de quienes tienen inquietudes por observar y reflexionar sobre el territorio, por comprender los procesos que lo conforman; así como por quienes quieren “hacer el paisaje”, es decir, influir en su conformación a través de ciertas acciones de manejo.

El paisaje es fundamentalmente un “espacio” epistémico, en él se facilita la reflexión interdisciplinaria, en él se conjuntan y se hacen evidentes las relaciones entre la naturaleza, la sociedad y la cultura, el pasado y el presente. En él se observan las huellas de las sociedades humanas y de su evolución. Las decisiones que tomaron los individuos al ocupar sus territorios; las generadas por grupos sociales con sus prácticas y tradiciones; y también, los efectos de las presiones provenientes de agentes externos.

Como método de estudio, el paisaje pide una observación detallada y profunda para identificar y describir sus componentes esenciales: comprender las relaciones geoecosistémicas, históricas y sociales que lo conforman, y su proceso evolutivo en el contexto socioeconómico donde se ubica.

A la vez, en varios capítulos se reivindican otras percepciones del paisaje: las sensoriales, las emocionales, las artísticas, las históricas, las que dan identidad. Nicolás Ortega, en el primer capítulo, hace una revisión histórica para exponer que el paisaje es más que un lugar, es una imagen estética que genera sentimientos, que representa culturas. Y es también un conjunto de datos científicos, gracias al trabajo de Humboldt, quien inició la tradición de observar, comprender y explicar “lo que el paisaje es y lo que el paisaje significa”, lo que un observador siente frente a un paisaje.

La lectura del paisaje da predominancia a la observación, a ver, a identificar los elementos que le imprimen su carácter particular, único, y culturalmente valiosos para promover su rescate e incorporación a la vida contemporánea. Un ejemplo es el segundo capítulo de Rafael Mata, donde expone su utilidad como método de trabajo. Este autor presenta una experiencia muy interesante e inspiradora, generada en un caso de rescate y restauración de un paisaje histórico de gran valor y en proceso de degradación: el paisaje de los “molinos de viento de Don Quijote” en la región de La Mancha. Se describen los elementos del paisaje físico y cultural utilizados para documentar y recuperar la región donde se ubican los molinos de viento. A través de un trabajo de revaloración social del paisaje, de su reconstrucción, donde se retomó “la creciente demanda social de paisajes habitables, no en el sentido melancólico, sino para interpretarlos, divulgarlos y mejorarlos”. Se generó así una acción colectiva que ha incidido en recuperar la identidad, el orgullo colectivo y la calidad de vida de sus habitantes.

Este ejemplo muestra la valiosa aportación del enfoque de paisaje cuando se le incorpora en el instrumento de Ordenamiento del Territorio, con el cual se identifican recomendaciones de políticas públicas con sentido para la gente que habita estos territorios. Destaca entonces la función social del paisaje como método para generar conocimiento e incidir en la recuperación cultural y en el diseño de políticas públicas novedosas, contemporáneas, pero con raíces profundas. La aplicación de este enfoque como herramienta de trabajo muestra su enorme potencial, y nos hace pensar en lo poco que se ha utilizado en México, como bien lo dice Martín Checa-Artasu en la conclusión del libro.

Al leerlo nos lleva a pensar en nuestra realidad, somos testigos del deterioro social y ambiental del territorio que habitamos: la pérdida de prácticas tradicionales agrícolas que transforman el paisaje, las rutas de desarrollo económico regional que homogeneizan y banalizan el paisaje, que diluyen el orgullo de pertenecer a un lugar reconocido por su carácter único, marginando a los habitantes que se adhieren a sus tradiciones locales, que expulsan a los jóvenes… que terminan por desarticular los vínculos entre la sociedad y su entorno.

En el libro varios autores mencionan la iniciativa de UNESCO “Paisajes Patrimonio de la Humanidad”, un esfuerzo mundial por identificar, proteger y dar valor patrimonial a ciertos paisajes culturales. Alertan sobre los efectos paradójicos que se pueden derivar de esta iniciativa (en algunos casos engañosos): como cuando se promueven ciertos paisajes culturales atractivos con atributos que llegan a convertirse en objetos de valor económico y de prestigio estatal o nacional; mientras que otros pasan desapercibidos, invisibles, más no por esto dejan de ser paisajes de gran valor cultural.

Esta iniciativa internacional es paradójica porque los primeros, los que son objeto de estas declaratorias, se convertirán en atrayentes de cierto tipo de desarrollo local y regional (inversiones, especuladores, constructores, etcétera); diluyendo las tradiciones que los han creado, los habitantes locales quedarán marginados en su propio paisaje. Por su parte, los otros paisajes culturales, los invisibles y marginales, donde se retienen las prácticas tradicionales y el conocimiento colectivo de su territorio, en los que se han invertido décadas o cientos de años de trabajo humano que le han dado un valor cultural, productivo múltiple. Estos paisajes destacan por su carácter único, heterogéneo, ambiental y socialmente diverso, contrastando con la homogeneidad de los usos industriales y monoespecíficos.

Uno de los casos mexicanos presentados, capítulo 10, expone un trabajo sobre el paisaje huertero de Atotonilco El Alto. En el estudio de este caso se utiliza el método analítico formal para estudiar un paisaje cultural, combinando conceptos y técnicas: un espacio geográfico, físico, donde se identifican componentes hidrológicos, biológicos y agronómicos, al cual se suman las dimensiones histórico-social y cultural-simbólica. El paisaje huertero se despliega como una representación social donde se muestran las asimetrías sociales y las relaciones de poder. La distribución del territorio a partir del uso de la tierra y del agua disponible para riego: usos públicos, usos hortícolas, usos industriales, usos comerciales. Su funcionalidad se basa en acuerdos entre los diferentes usuarios, en el diseño de reglas, las que con el tiempo se han tenido que adaptar con el cambio de la sociedad. Aparecen las presiones del entorno económico nacional e internacional, distintas lógicas económicas se encuentran y disputan el territorio y los recursos, esto tiene un efecto sobre el paisaje.

Lo que es evidente, es que estos paisajes culturales generados a través del conocimiento detallado del territorio, de su potencial, de las opciones productivas, del trabajo humano constante durante años, de la colaboración entre vecinos, resultan invisibles para la expansión de los cultivos industriales y de las políticas de desarrollo homogeneizadoras.

La lectura del libro nos lleva a reconocer la estrecha relación entre lo material, la experiencia del sujeto, la subjetividad, las sensaciones. Hay una subjetividad al observar, al valorar un paisaje: ¿qué es más valioso: el paisaje cultivado, antropizado, o el paisaje natural? ¿Desde el punto de vista de quién se debe valorar un paisaje? ¿Cuál es la intención al hacerlo? ¿Hay un empobrecimiento cultural con la perdida de estos paisajes agrarios? (Me lleva a pensar en esas huertas de frutales, de producción de hortalizas en pequeña escala, de pueblos con sus huertos de traspatio que imprimen un carácter único a su región, ubicados en Jalisco, Guanajuato, San Luis Potosí, Puebla, Estado de México, Tlaxcala, Oaxaca, Veracruz, etcétera, adaptadas a diferentes condiciones ambientales, aprovechando los microclimas para amortiguar la variabilidad del temporal; en esta época de cambio climático su desaparición sería materia de seguridad alimentaria).

Este enfoque abre oportunidades, como indica Martín Checa-Artasu en las conclusiones del libro, es una herramienta de gran potencial para la acción de grupos sociales organizados, desde las sociedades de profesionistas (arquitectos), las comunidades indígenas y campesinas, los académicos, los grupos urbanos, quienes se están movilizando para recuperar y revalorar su paisaje habitable, su paisaje cultural. Son movimientos nuevos cuya participación pública empieza a incidir en el diseño de políticas culturales regionales y locales. En este sentido, destaca su función social como bandera para la defensa y gestión de los valores del paisaje y en las iniciativas de desarrollo territorial, rescatándolo como patrimonio social. Este autor revisa como se inserta el concepto de paisaje en varias leyes federales y estatales: encuentra una visión eminentemente estática y naturalista, donde el interés se centra en preservarlo para evitar su “contaminación visual”.

El paisaje como concepto cultural-social-histórico, como elemento de identidad, está ausente en los mecanismos de planeación institucional. Es un enfoque que falta insertar activamente en los procedimientos de ordenación territorial. Un claro ejemplo son los Planes Municipales de Desarrollo, tal como se elaboran actualmente incorporan de manera muy superficial los aspectos ambientales, sociales y culturales. En ellos destaca la ausencia de una visión que genere identidad colectiva, que rescate paisajes valiosos, que proteja de la banalización del territorio y que, a través de ellos, se influya en la calidad de vida de los habitantes.

Necesitamos recuperar el paisaje como elemento de sensibilización, como insumo para la acción colectiva que nos ayude a contrarrestar la asimilación e imitación cultural. Es una opción didáctica con gran potencial: en una época donde se accede rápidamente a la información y tenemos prisa por todo: este método obliga a sentarte, a observar, a ver, a describir, a descubrir, a comprender los elementos fundamentales que conforman un paisaje. De ahí su importancia pedagógica. Permite integrar el conocimiento generado por diversas disciplinas (físicas, biológicas, sociales y artísticas) para desarrollar la habilidad de observar, identificar, interpretar e integrar.

Me parece que, además de sumarse a las escasas publicaciones en México sobre este tema, la principal aportación del libro son los textos que presentan la amplitud de acercamientos e interpretaciones del paisaje, la selección de casos de estudio incluidos en él enriquecen la visión sobre este concepto. Sinceramente, espero que estimule el desarrollo de más trabajos con este enfoque en nuestro país.